¡¡¡Jama!!!: los precios buenos y los precios malos

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En Cuba hay dos sectores económicos fundamentales: el estatal y el privado o cuentapropista. Hay también un tercero, las cooperativas, pero como esta modalidad no acaba de cuajar, o cuando cuaja tiene pinta inevitable de cosa estatal o privada, lo dejaremos en dos.

Según la opinión oficial, la relación de estos sectores con el pueblo llano es muy simple: el Estado es bueno y benefactor y siempre protege a la gente, mientras los cuentapropistas— que son una especie de desgracia necesaria a la que hay que vigilar, multar y apachurrar constantemente a través de decretos, inspectores y bolas intimidantes— personifican al hijo de puta que abusa del pueblo sacrificado subiendo precios y acaparando lechugas.

Así, a finales del año pasado se reunió la Asamblea Nacional del Poder Popular y quedó establecido el interés estatal en seguir protegiendo al pueblo de los desmanes por cuenta propia, especialmente de la especulación con los precios de la comida.

Para entender esto primero hay que saber que el Estado cubano tiene un concepto bastante raro de lo que es “proteger al pueblo de la especulación con los precios de la comida”.

Los precios malos, por ejemplo, son todos aquellos que emanan de los campesinos, comerciantes y diabólicos carretilleros del agro.

Sin embargo, los precios que impone sabe Dios quién, en virtud de nosecuál urgencia recaudadora, a la comida que se vende en las TRD (Tiendas Estafadoras de Divisas) están muy bien puestos: no necesitan revisión alguna ni merecen la queja valiente de nuestros diputados.

El Estado puede subir el precio de la leche en polvo (la única que puede comprar libre y legalmente el pueblo llano) cada vez que se muera una vaca, y eso está bien. O puede hacer una Tienda especializada en carnes donde el costo de una bola de carne sea tres veces el salario mensual del administrador, y también está bien.

Igual puede vender un simple litro de aceite— del que hace falta para freír un boniato— a un precio equivalente al de un saco de boniatos sin que ningún diputado de la Asamblea Nacional pierda el sueño por ello.

Al parecer los atracos al bolsillo ciudadano perpetrados por las TRD con absoluta impunidad solo molestan a un par de ingratos criticones que no comprenden los complejos caminos de la redistribución de riquezas en el socialismo.

Esto quizás se debe a que es más fácil culpar al carretillero e imaginarlo viviendo una vida de millonarios con los cuatro quilos que gana al vender tomates a 20 pesos la libra, que imaginar la vida de un ente inespecífico haciendo algo inespecífico con las grandes utilidades que seguramente se derivan de la venta de cajitas de puré de tomate a 1,90 CUC.

Antes de pretender normar la actividad comercial de trabajadores privados que no reciben ningún beneficio del aparato económico estatal, el Estado debería revisar los procederes de sus propias instituciones que andan lejos del objetivo declarado de “proteger al pueblo”.

Quizás podrían revisar el hecho de que a los organopónicos de la Agricultura Urbana se les permita vender cosas que no producen ellos mismo. O podrían dejar de hacer la vista gorda con los cambalaches en los puntos de venta de carne de cerdo, que supuestamente pertenecen a cooperativas agropecuarias.

Plantearse las posibles soluciones desde la comercialización, topando precios de forma artificial (en lo cual tenemos aquí verdaderos maestros de obra), o desde cualquier parte que no sea, llanamente, producir más y mejor, significa renunciar al juego limpio, amarrarle el brazo al contrario, y seguir creyendo que redactar decretos para que llueva de abajo hacia arriba hará cambiar la dirección normal de la lluvia.

¿Por qué en Cuba a nadie se le ocurre comprar grandes cantidades de azúcar de venta liberada y luego revenderla a altos precios? Porque se produce azúcar suficiente, y siempre hay.

Pero ahí donde haya oportunidad, habrá también una respuesta natural del mercado y de la naturaleza humana.

¿Quién que sea cuerdo va a pretender que la gente rechace voluntariamente sus deseos, posibilidades y derechos de vivir mejor?

Hace un par de años los campesinos y carretilleros no podían siquiera soñar con conectarse a Internet, o con instalar en sus cuartos un equipo de aire acondicionado y un televisor pantalla plana de 60 pulgadas: no existían esas oportunidades, pero ahora sí.

Gracias a las Tiendas Estafadoras de Divisas y a su idea de lo que es proteger el bolsillo de la gente, ahora sí… Y ya podrá imaginarse usted cuántas libras de tomate y sacos de boniato hay que vender en Cuba para saciar el apetito de los exclusivos vendedores de pantallas planas, aires acondicionados y conexiones a Internet.