Sobre “Los periodistas imprescindibles”, de Harold Cárdenas Lema

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Un post sobre la prensa estatal cubana, publicado por Harold Cárdenas Lema en el blog La Joven Cuba, me sirve de oportunidad para escribir al respecto y, en general, discrepar.

Concuerdo con Harold en la necesidad de reconocer el sacrificio de los jóvenes talentosos que apuestan por cambiar los medios estatales desde dentro. El llamado “periodismo oficial” tiene derecho a mejorar y solo lo hará motivando y respetando a quienes decidieron hacer carrera en él, a pesar del salario miserable y del sinsentido cotidiano.

Pero si queremos un paisaje mediático justo, no ya preservar la exclusividad del micrófono, deberíamos darles el mismo derecho a todas las formas emergentes del periodismo en Cuba, que más que calidad y personal se juegan hoy la propia existencia ante la falta de un marco legal que las proteja.

Que la audiencia de los medios oficiales sea mayor que la de los medios emergentes no significa que los primeros sean más valiosos que los segundos; significa, de momento, que el contexto favorece a los primeros.

Otros detalles llegarán cuando haya internet suficiente, cuando deje de ser “alegal” y “semicastigable” toda expresión de periodismo ajena a la estatal, y cuando la gente se sienta libre para consumir, colaborar, interactuar y profesar simpatías públicas a cualquier tipo de prensa.

O sea que tiene que llover más que una película de Fernando Pérez para que la comparación de utilidad social que sugiere el texto de La Joven Cuba comience a tener cierta lógica.

Está claro que una prensa valiosa implica audiencia significativa, pero también implica credibilidad, que al cabo se gana por contraste, no a la cañona; tiene que mostrar valentía frente a lo que machaca a su audiencia, y poner el corazón en sintonía con el de la gente.

Y si “la gente” son 10, pues tiene que haber 10 prensas.

¿Cuánta utilidad habrá en las entrevistas de “caritas que opinan”, que en la marcha de cada Primero de Mayo repiten “yo vine aquí a ratificar una vez más el compromiso con nuestra Revolución…”? ¿O en ese viejo género, utilizado por el periodismo audiovisual para cubrir actos y reuniones, que ha sido bautizado como “el reportajito” por los propios reporteros del SITVC?

El “reportajito” es visto por millones de cubanos, pero no arranca un solo latido, no inspira, y cuando se acaba, agradece hasta el que lo parió.

Si no hay ejército entusiasta que pueda contra esa sólida tradición, qué resultados deberíamos esperar, en concreto, de un puñado de románticas excepciones…, suponiendo que quede un puñado y no un par después de filtrar intereses mundanos como el ascenso al funcionariado o la conquista y conservación del ADSL.

Rebelarse es lo perfectamente natural. Es, a la larga, la única respuesta instintiva del espíritu de un oficio que nunca ha sido virtuoso y obediente a la vez.

Quizás valdría más la pena comenzar a reconocer que hay un gremio periodístico diverso en Cuba— dentro y fuera de las fronteras de la UPEC—, que se hace periodismo bueno y necesario desde dentro y desde fuera, y que hay eternos intereses comunes que hacen que sea mejor tratarnos como cómplices que como enemigos.

Y no me parece constructivo plantearse esta relación en los términos escogidos por Harold: “los imprescindibles”, “los más valiosos”, “los más sacrificados”, “los más importantes”, no son elogios llanos a la virtud de unos, porque a la vez demeritan la valía, el sacrificio y la importancia de otros: los “prescindibles”.

Los prescindibles, por ejemplo, últimamente han rescatado el ejercicio del lujoso género narrativo y de la investigación en profundidad. Y solo gracias a algunos medios prescindibles la noticia del día en Cuba ha dejado de ser cualquier cosa que no sea noticia.

Que la mayoría de los cubanos no lo sepan todavía es harina de otro costal.