El hambre de los pollos
Los pollos de mi vecino tienen tanta hambre que lo que sea que caiga del lado de allá de la cerca está condenado al martirio.
Anoche mismo, sobre las 12, salí al patio a fumar, y no por cabrón sino por curioso, decidí literalmente tirarles un cabo a modo de experimento,… y óigame, aquello parecía una escena oscura de la Toma de la Bastilla: turba de pájaros flacos de todos los colores y tamaños aplastándose entre sí por llevarse algo que en realidad era otra cosa.
Yo desde que tengo recuerdos, recuerdo tener una relación demasiada cercana para mi gusto con las aves de corral. Esto es teniendo en cuenta que nací en una ciudad, sigo viviendo en ella, y por alguna extraña razón siempre estuve y sigo estando rodeado de pollos vivos, como si fuera un guajiro.
Cuando niño mis padres me llevaron al parque de diversiones— Parque Japonés que le decimos acá—, y en una caseta de juegos tiré una bola, tumbé una lata, y el Estado me premió con dos pollitos amarillos cuidadosamente embutidos en una caja de buffet de cumpleaños.
Aquel día los bichos llegaron vivos a mi casa, pero se murieron al siguiente. Ninguno de los pollitos con que el Estado premiaba la puntería de los niños llegó jamás a convertirse en gallo o gallina: una estrategia bastante makarenka de familiarización temprana con el concepto de la muerte.
Luego vino el Período Especial y ya entonces sí fueron horda de pollos por todas partes: en mi patio los hubo en jaulas y sueltos, mierderos y de buena raza, para comer y para vender, alimentados con pienso, yerbas, pastillas de multivit, etc., etc., etc.
Durante la fiebre de la oca en Cuba, tuvimos un par de ocas también…Definición de Oca: detestable animal-trompeta, sumamente agresivo, que a diferencia del Noni y la Moringa, puede actuar con voluntad propia y atacar a las personas.
Después vinieron las gallinas de Guinea, que son aves nobles. ¿El problema? Que pasaban los meses, y se vaciaban los sacos de pienso, y esos mismos sacos se llenaban de mierda, y aquellos pollos no crecían ni un puñetero milímetro. Entonces se fueron de regalo con el primer inocente que los quiso, quien lógicamente desconocía las toneladas de comida y mierda que iba a tener que entrar y sacar por gusto de aquella jaula repleta de gorriones hambrientos.
Ya de adolescente me tocó el turno de matar al pollo. No matar un pollo en Cuba, con tus propias manos, es como no haber jugado nunca dominó, o no haber ido al estadio: como si te faltara sacar una asignatura importante en la carrera del ciudadano.
Entonces me resistí a matarlo por el método tradicional, que es torcerle el pescuezo; me resistí igual al método cubano-sádico, que es torcerle el cuello pero usando una rueda de bicicleta…; y me resistí también a decapitarlo con un machete como hacen los chinos.
No llegué a pensar en envenenarlo románticamente, ni en ponerle inyecciones que fueran parando de forma progresiva sus funciones vitales, pero sí quería minimizar el trauma, más por mí que por el pollo. Y elucubrando el método apareció un vecino que me indicó dónde darle el puñetazo justo, sin demasiada violencia. No hubo reguero de sangre ni agonizante animal caminando 20 metros con media cabeza colgándole hacia abajo.
De ahí hasta hoy no he tenido que matar más nada, salvo algunos millones de hormigas que se me cuelan por la ventana del cuarto, y un pobre gato que se puso fatal al ubicarse en la trayectoria de una mandarria en caída libre, pero bueno, esto último fue un accidente…
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