Elevada autoestima en sector “no estatal”

Es verdad que los cubanos somos unos cómicos: ya por la habilidad de generar comedias de la nada, o por nuestro comportamiento aberrado ante la tragedia. La tragedia— una crisis física y mental que nos golpea quizás desde que el primer aborigen puso un pie sobre la Isla— nos llevó a desarrollar más el Areito y el tabaco que la escritura y los edificios.

Esta peculiaridad a veces me parece algo bueno, y otras veces no tanto. Por una parte nos deja vivir con un poco de espiritualidad positiva, imposible de lograr con el ancla fija en lo real, y por otra nos convierte en algas mansas que hacen coreografía bajo la densidad del agua de mar.

Así uno comprende la actitud de muchos cuentapropistas, sobre todos los de más bajo nivel cultural, que poseen, en cambio, la más alta de las autoestimas nacionales. Más autoestima incluso que ciertas organizaciones de masas que ya no existen y se creen que sí.

Algunos negocios son incipientes empresas privadas (casi “con todas las de la ley”): restaurante, salones de belleza, estudios fotográficos, productoras de cine, etc., pero son los menos. Basta salir un rato a la calle para ver esa enorme cantidad de timbiriches, unipersonales la mayoría, que sirven al fin de desvirgar al cubano en temas de trabajo real y empleo independiente, pero que en el plano de lo económico no son sino evocaciones medievales.

Entonces el timbiriche medieval, que al parecer no quiere que nadie le recuerde su categoría, apela al cartelito desafiante, y a la competencia ridícula. Hay en la ciudad, por ejemplo, un camión de pasaje local, al que no le cabe un gramo más de óxido en todo su cuerpo de hierro viejo, y pone esto: “Me 100to 9cito” (me siento nuevecito…).

Otro, que ni siquiera es camión, sino carretón de cabillitas soldadas, tirado por caballo rocinante, bravuconea en la carretera central: “¡Sígueme si puedes!…”. Y uno se da cuenta que hasta su abuela en bicicleta sería capaz de adelantarlo.
Igual sucede con el auto polsky (polaquito), que a 40 Km/h dice que tiene “Need for Speed”. ¡Y de que la tiene, la tiene…!

Por último un cartel que está de moda: lo he visto lo mismo en la pared de una pizzería que colgado de la bigornia de un zapatero remendón. “Es fácil criticarme, lo difícil es ser como yo”. Se trata de una especie de variante actual del clásico ojo con lengua atravesada por cuchillo, un símbolo religioso bastante satánico que, en Camagüey, hacía persignarse a cuanta vieja católica se topara con alguno.