La playa y la vacación

“Si Mahoma no va a la montaña… es porque le cuadra más la playa…” Anónimo.

Recién me doy cuenta de lo feo que suenan unas vacaciones en singular. El término “vacación” se me antoja más feo incluso que “moringa”, que ya es mucho decir. Pues por ese mero asunto onomatopéyico – y también porque el calor de la ciudad es del carajo— he decidido, este año, tomarme más de un día de descanso.

Mi hijo conocerá la playa; lo pondré de cara a la salina (de espaldas al mar) y le diré: “¡viste que en las postales se ve más linda….!”, para que se vaya acostumbrando… Y con Patricio, al fin, averiguaremos si es verdad que todos los perros nadan, porque el bicho es más torpe que un rinoceronte eufórico.

La playa de Camagüey se llama Santa Lucía. Allí puedes mojar tus pies en las faldas de Yemayá, y así de paso pedirle por las vacaciones de esa cantidad de personas que no pueden siquiera pasar una modesta semana en la playa, bien porque vivan en la República Centroafricana o porque la condición de isla de su Cuba tropical solo sirva para alimentar chistes de que dieron pollo por pesca’o.

Mi familia, por suerte y desgracia, ha renunciado en masa a sus trabajos en el sector estatal y ahora somos periodistas que hacen fotocopias, abogados que manejan bicitaxis, médicos que venden útiles del hogar, y hasta físicos electronucleares que inventan el día a día, pero que pueden rentar una casita privada para disfrutar una semana en la playa al año.

A muchísimas familias que conozco les queda grande ya hasta el Campismo Popular. El Campismo Popular es una pretenciosa modalidad de recreación ecológica que una vez estuvo al alcance del cubano promedio, pero que hoy, básicamente, consiste en fangueros de río donde la presencia de un ventilador inventariado en cada cuarto se considera alto lujo, acaso el activo fijo tangible que se ganó la estrellita roja del respeto al pueblo.

Hace rato nadie del barrio me hace un cuento del Campismo: la gente prefiere irse a la playa en un viaje de ida y vuelta en una sola jornada. Es un viaje demoledor: la playa en Camagüey está a más de 100 Km de la ciudad. Se van en camiones de trasportistas privados o en ómnibus estatales. Y llevan el almuerzo en pozuelos y el agua en pomos plásticos para abaratar los costos de la aventura. Son como 2 horas de camino: a los lados de la carretera aparecen guajiros con camisas verde olivo vendiendo quesos, mamoncillos, mangos y frutas semiextintas como la chirimoya, el mamey y la guanábana.

Cuando llega el camión todo el mundo corre con una jaba en cada mano a ocupar su pedacito de arena. Luego montan una especie de tiendas instantáneas con sábanas de tela y palos encontrados en la zona (muchas veces arrancados de los pocos árboles que perviven). Aun así la sombra es casi imposible de conseguir: el playero regresa rostizado, y entonces se pasa una semana sufriendo literalmente “en su propio pellejo” el precio de un día de insolación salada.

Una cosa que me revienta es cómo la gente tira basura en la arena: huesos de pollo y cáscaras de aguacate, sobre todo. De niño una vez tuve la impresión de que la playa era territorio libre de moscas, pues bien, ya estos bichos desafían la fuerte brisa y fastidian también allí. Algunos vacacionistas tiran laticas de cerveza, pero son los menos; además, las laticas las recogen viejitos recicladores para venderlas a una empresa de materias primas.

Hay pocos contenedores de basura en Santa Lucía, y hasta el año pasado ni un solo baño público, de modo que, en el agua, lo mismo uno se tropieza con un pan de la cuota hinchado que con un apestoso cilindro carmelita, que flota porque antes fue plátano y calabaza…

De vacaciones más coloridas pueden disfrutar los nuevos ricos, o los ahorradores compulsivos que estén dispuestos a tirar varios meses de austeridad en ¡TRES DÍAS CON SUS NOCHES! en un “hotel del proletariado”. Esto lo oferta Cubatur, una agencia de turismo, tan proletaria que es capaz de restregarle públicamente a todo el que le pase por delante opciones recreativas de más de 200 CUC. Un cubano con salario promedio, según estadísticas oficiales, debe trabajar 10 meses para obtener 200 CUC.

Igual ahora va más gente a los hoteles. Gracias a Santa Actualización los cubanos que quedamos en Cuba (…porque ya se van hasta los Antonio Pacheco) podemos entrar normal a los hoteles, como si fuésemos— normal…—, un país normal, siempre y cuando, claro, tengamos los 200 CUC. ¡Mire usted si antes no estaríamos desactualizados!

Pero soy optimista. Sé que un día voy a llegar a una Santa Lucía cambiada—gracias a Santa Actualización, definitivamente…—, y que se van a acabar el pollo por pesca’o, las huesos en la arena y tanta cáscara flotante. Entonces mi hijo va a poder hacerle al suyo algún chiste pesado frente a la salina, de espaldas a una playa que le evoque más vacaciones que insolaciones.