¡A que te psicotraumatizo…!

El psicotrauma es, en esencia, la huella de un evento que ocurre en la vida del sujeto y por determinada razón se convierte en trascendental (¡sufre, Calviño!) No importa si el suceso es bueno o malo, aunque por lo general sea malo: para que se vuelva psicotrauma solo debe asentarse de manera definitiva en alguna parte profunda del subconsciente, y luego emerger en cada oportunidad que tenga.

Por ejemplo, el compañero X— a quien conocí en mis años de Universidad—, está psicotraumatizado completo. Estuvo en la guerra de Angola. Es un tipo gracioso, inteligente y funcional, pero le bastan dos tragos de ron para empezar a hablar de que “el hombre tiene que vivir con sus muertos”.

Él era el jefe de algo y por alguna razón tuvo que amonestar públicamente a un subordinado suyo. Al otro día el subordinado murió en alguna de las tantas posibilidades estúpidas de morir que tienen las guerras. El cuento detallado puede ponerse dramático de verdad porque incluye el hurto por hambre de alimentos de un almacén, pero quede el drama para otras escenas.

La mayoría de los psicotraumas suelen activarse con el alcohol. Mi amigo Y, cuando se alcoholiza en tardes alternas, habla del Servicio Militar, del combate “cuerpo a cuerpo”, y golpea con sus puños el vacío entre nosotros.

Al parecer las experiencias militares, cuando degeneran en recuerdos, son propensas a continuar perturbando la existencia de los hombres, como un tumor cerebral aparentemente inofensivo que no busca matarlos, sino joderlos hasta que se mueran de otra cosa.

Hay diversos tipos de psicotraumas. El de personalidades prominentes se refiere a la obsesión enfermiza de un sujeto con determinado personaje famoso, cuya fama puede ser de origen político, cultural o deportivo. Ejemplo: los que se la pasan elucubrando teorías sobre la vida y muerte de Fidel, los que no resisten la tentación de contarle los maridos a Jennifer López, o los que, enamoradamente, hacen de Messi y Cristiano Ronaldo las deidades antagónicas de sus vidas.

El psicotrauma de la miseria, por otra parte, se asocia casi siempre al Período Especial y al consumo (o deseo intenso) de cosas materiales: niñas que soñaron con zapatos y vestidos, niños que nunca tuvieron juguetes bonitos…; y ahora, en correspondencia, piensan que un tareco sólido vale más que la paz interior, que la integridad de sus huecos corporales y que todo en general. Asimismo hay quien prefiere el picadillo de soya al de carne pura, y quien llora y se deprime cuando el recuerdo lo lleva hasta la última década del siglo pasado.

Igual está el psicotrauma sexual. En el sexo masculino se personifica en tipos asediados por el mito del “latin lover” que se creen que la vida es una película porno en la que todo el mundo liga y copula fácil; entonces se inventan (para el consumo público) una historia privada de templador exitoso que no se creen ni ellos mismos.

En las mujeres tiende a expresarse en uno de estos dos extremos: las mojigatas que sobreestiman su tesoro anatómico, y lo valoran útil solo para conseguir seguridad en sus vidas (representación tomada de telenovelas mexicanas), y las que piensan que si no le regalan el blúmer a cuánto imbécil les diga “mami, yo soy un animal…”, van a ser consideradas mojigatas de novelitas mexicanas (representación adquirida de la cultura del reguetón).

En Cuba (hasta ahora y por fortuna) no tenemos desquiciados juveniles que se despiertan un día con ganas de ametrallar a sus colegas de clase, ni tenemos maniáticos seriales de esos que se afeitan con sádica alevosía, y luego salen en un camión a secuestrar, violar y descuartizar a 10 putas rubias en cada ciudad del país. Pero sí tenemos gente traumatizada por la sencilla razón de que somos individuos auténticos (normales, vaya, aunque a muchos fastidie la “normalidad”…). No somos imitaciones plásticas de personas ni “productos sociales” de un sistema educativo supremo, o acaso el resultado imprevisible de una falla en sus mecanismos.

Como en todas partes hay aquí gente marcada por la vida: por una guerra, por el sudor caprichoso de una zafra colosal, por un simple juego de pelota, por una ley cañonera, por un hermano desaparecido en alta mar, por un hijo preso en otro país, por el asqueroso descubrimiento de un alita de cucaracha en el picadillo de la cuota, por un noticiero sin noticias o un siglo XXI sin Internet, y por un larguísimo etcétera de situaciones inolvidables. Y a todos les asiste la verdad, porque es la verdad de sus vidas.