El curioso caso de los testículos de Eulogio

Sucede que tengo un socio que no se llama Eulogio, pero que en este post ha de nombrarse así por razones de privacidad. ¿Por qué escojo ese nombre?, porque suena raro y parece bastante ausente en mi generación de risueñas Yumisisleydis.

Eulogio y yo tomamos cerveza en los Jardines de la Tínima cuando estudiábamos juntos en la Vocacional de Camagüey; vivíamos dándole cuero a todo el mundo y cantando a Sabina, a Fito y a Silvio por los pasillos de la escuela mientras intentábamos ligar alguna jebita: a falta de músculos prominentes poníamos cara de alma interesante.

En el 2004 fuimos citados junto al resto de los varones del curso para un examen médico integral que definiría nuestra trinchera en la defensa de la Patria Socialista, algo popularmente conocido como “el chequeo médico del Servicio Militar”. El Servicio Militar en Cuba es obligatorio para todo varón que arriba a los 18 años, y aunque uno sea cojo, bizco y epiléptico, siempre te asignan una trinchera que lo mismo puede ser dando clases en un aula que haciendo el correveidile y buscador de café para los oficiales de alguna unidad militar.

Sobre el chequeo médico es usual que circulen historias falsas, untadas de extremo terror, que sumergen al joven en un estado de ansiedad generalizada durante los días previos: que si te pasan encuero por un túnel oscuro mientras te observan una pila de viejas serias, que si te meten el dedo en el culo para chequearte la próstata… y cosas así de feas. Como si no fuera suficiente ya con el miedo fundado a lo que viene después— la pila de meses perdidos jugando Call of Duty sin computadora y aguantando sanacadas de tipos con uniformes— los cuentos de la gente te hacen temer a priori de lo que pueda suceder en dicho examen.

El día de la cuestión entramos de cinco en cinco, más que nerviosos íbamos cagados del miedo, riéndonos de susto, pero no era un túnel ni mucho menos, sino una policlínica normal, con médicos normales. Uno se sienta en una silla metálica y el batablanca te pregunta que si ves bien, luego en otro local te preguntan que si en tu familia hay locos, diabéticos, asmáticos o enfermos de cualquier clase, y luego otro y otro hasta llegar a la última oficina en la que te piden que te quedes en calzoncillos…, y allí mismo te baja una cosa fría desde la garganta hasta el dedo gordo del pie mientras imaginas que te van a hacer todo lo que te contaron los jodedores del barrio…; sudas como un atleta, no oyes, no piensas, y solo sientes que se te parte el pecho de tanto latir el corazón.

Pero luego no pasa nada malo: solo te examinan, visualmente, las partes íntimas del cuerpo para cerciorarse de que todo está en su debido sitio: que no tienes hemorroides, ni un pene extra ni nada raro que te impida una exitosa participación en la defensa de la Patria.

Nos pidieron entonces que nos levantáramos los testículos (imagino que para descartar alguna hernia), y luego que nos diéramos la vuelta para ellos mirar, de lejos y sin tocar, la zona de atrás. Y ahí fue cuando mi socio Eulogio metió la pifia del año: de tanto nerviosismo, y todavía con el escroto en las manos, a penas escuchó la frase “ahora dense vuelta…” procedió literalmente a darle cuatro o cinco vueltas a sus testículos, mientras el resto nos virábamos de espaldas no menos nerviosos que él.

Luego, como era de esperar, hubo choteo y cuero durante más de un mes, todo a la cuenta del curioso caso de los testículos de Eulogio.