San Lázaro

El 17 de diciembre es el Día de San Lázaro. En Camagüey la mitad de la población va hacia el santuario que está al lado del Hospital Oncológico, y deposita allí sus ofrendas y plegarias. La otra mitad se aposta en la entrada a vender velas, girasoles, collares, estampitas y oraciones.

Por algo que no he logrado entender, los camagüeyanos prefieren a San Lázaro. No se ve la misma cantidad de devotos en otras fiestas religiosas populares como San Judas o Santa Bárbara; ni siquiera la virgen Cachita arrastra tanto pueblo por acá.

Hay en la multitud, esencialmente, dos bandos: uno que piensa que el color del Santo es el amarillo, y otro que dice que el color verdadero es el violeta. Otros, en el bando sincrético, visten de blanco y prefieren celebrar al viejo con dulces en sus propias casas y altares.

El horario más concurrido en el santuario es el de la tarde. Aunque desde la 6:00 am la iglesia se llena de gente, cuando pasan las 2:00 pm, con todo y el sol cuarteando las piedras, aquello se convierte en la más larga cola que he visto en mi vida: más larga quizás que las del Consulado de España en La Habana. Es una cola respetuosa, sin chanchullo ni groserías, silenciosa: muy distinta a las colas para comprar huesos de vaca en las ferias del mercado del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT).

Algunos mendigos habituales de la ciudad se sientan en los alrededores del santuario y con una efigie del viejo entre las piernas, sucios, luchan la comida del día. A veces recolectan menudo suficiente para muchas comidas porque como dije antes eso se pone repleto de creyentes dispuestos a gastarse el dinero. Una mitad gasta y otra mitad ingresa.

Yo me alegro de esa relación comercial en la que todos quedan satisfechos, mas no puedo dejar de pensar en la pila de cosas útiles y perdurables que podríamos hacer en este mundo físico con el dinero evaporado en velas y flores que se marchitan.

Este año no fui al santuario, pero el pasado 17 de diciembre vi allí un niño, acaso de un año, caminando descalzo hasta el altar, tendido de su madre por los brazos, quemándose los pies en el suelo caliente de las 3 de la tarde. Recuerdo que entonces pensé: el viejo, si es que es bueno y si es que existe, debe estarse tapando los ojos para no observar semejante barbaridad en su nombre.