Tapiagüey

¡Ya ahorita soy un tapiagüeyano! Esta mañana he salido a la calle a vivir la ciudad como de costumbre y me topo con que la costumbre ahora, la vox populi, cambia exactamente a la misma velocidad con se transforma el espacio físico local, pero en dirección opuesta. Me explico:

En la parada de guaguas abordé un camión acondicionado para el transporte público al que la gente le dice Tapia-móvil, camión incómodo como todos los camiones, pero que alivia el panorama. Entonces me bajo en el novedoso Centro Comercial la Caridad y allí dentro descubro que estoy realmente en el Tapia-center, como le dice la gente.

Sigo caminando y entro al Mercadito de San Rafael, o como dice la gente: al Mercadito de Tapia. Ya antes había pasado frente al Parque Zoológico del Casino Campestre, que según comenta la gente igual fue arreglado por Tapia. Y el domingo anterior compré cebollín y calabazas en el Mercado del EJT del Reparto Monte Carlos, en una dinámica comercial de fines de semana que la gente conoce como las Ferias de Tapia. Venden también huesos de vaca y mortadella roja, pero a mí las colas me gustan menos que la calabaza.

Entonces imaginé que incluso mañana pudiera amanecer un jardín de rosas en el marabuzal de la esquina, y el sudor de los jardineros, o el puro capricho de la primavera, quedaría reducido en el imaginario popular a la gestión y servicio de un solo hombre capaz.

Creo yo que perfectamente puede haber intenciones hermosas y gestión acertada, y manejo hábil y capacidad e inteligencia desde arriba, y todo eso y más, pero aún así, aunque lo haya hoy como no lo hubo ayer, para mí que me declaro fanático a la holística, la hermenéutica, la lingüística y otros esdrújulos razonamientos, el verdadero protagonista de los cambios en esta ciudad de casi 500 años corresponde más a las personas del plural que a las del singular. Los roles más favorecidos por la vox populi debieran ser entonces los de la propia populi, que no parece estar acostumbrada a verse en primeros planos si de la gran pantalla se trata.

Protagonista es el joven que palea escombros todo el día en la calle República, y protagonista yo, y usted también, que como buenos ciudadanos entendemos los males necesarios de las obras constructivas, de las cercas pirle en los pasos cerrados, de una calle recién enchapapotada jodiendo las gomas de nuestras bicicletas, de las grúas moviendo seborucos de un lado a otro, y toda una sarta de alteraciones y ruidos. Todo vale por una ciudad menos vieja, menos fea, porque no se pierda Camagüey del mundo de las representaciones nacionales como una urbe ilustrada y limpia, una buena y respetable.

Protagonistas todos, justo tanto como el hombre, y como el grupo de hombres y mujeres que tienen la responsabilidad de ejecutar, administrar y/o supervisar el buen destino de los recursos públicos, la calidad de las obras, o bien determinar qué se hace ahora y que quedará para el 1000 Aniversario.

Yo preferiría enterarme de otras cosas, por ejemplo: a cuánto asciende la inversión, de dónde sale ese dinero, quién decide y a través de qué mecanismos cuáles son las prioridades, cuál es la participación de la comunidad en los proyectos de Ciudad 500, etc. Sin embargo, detrás de cada cemento nuevo, descubro primero nuevos epítetos y retóricas populares cargadas de imaginación, creatividad y buen humor, pero faltas de integración ciudadana, como si la gente no se viera involucrada: yo estoy aquí, y aquello sucede allá

Descubro también el bien público: se construye en este minuto una especia de ejerciciódromo moderno (en la foto) donde antes hubo un matorral semibasurero paraíso de mosquitos dengosos. Pero me falta ver, por ejemplo, un cartel que me invite a mí tipo normal de la calle, sin sindicato ni militancia, ni relevancia ni nombre sólido, a dedicarle el esfuerzo que estime conveniente a mover esas piedras de la ciudad que estorban en el camino.

No es este post una reivindicación del trabajo obliguntario y aclaro porque sobran mentes que se proyectan hacia atrás, solo pienso que de alguna forma lo que pasa hoy en Camagüey, que pasa para bien de todos y todo el mundo lo celebra, nadie se imagine otra cosa, es producto de un esfuerzo muy colectivo, y el hecho de que lo reduzcamos a cualquier éxito individual es bastante injusto con nosotros mismo.

Aunque nadie me lo explique con claridad la prensa por ejemplo, cuya utilidad al respecto se diluye entre informaciones dispersas y reportajes de superficie, supongo que alguna participación debe tener en el presupuesto de Ciudad 500 los tributos que pagamos los cuentapropistas.