Breve perfil de Joseíto “estoy-de-acuerdo”

No le atribuya nunca a la malicia lo que puede explicar la estupidez

Ley de Hanlon.

Joseíto estoy-de-acuerdo siempre está de acuerdo. No sabe sino asentir: decir que sí y que sí, y que todo está muy bien y más bonito que ayer. Tanto asiente Joseíto que uno se pregunta a veces cómo es que no se le desprende la cabeza del resto del cuerpo por la ley elemental del alambrito dulce, y uno se responde siempre que le sucede como al teléfono celular de cinta rota: que se ve entero, pero no funciona.

Aunque los jefes hablen del odio, de la muerte y otras sinvergüenzuras, estoy-de-acuerdo mantiene ilesa esa expresión facial de hombre conforme. Nada parece inmutar su cara de pollo de granja. Y hay que aclarar que para Joseíto un jefe es, en esencia, cualquier ser humano que se les pare delante y le hable con cierta determinación de certeza.

Las pocas veces que Joseíto niega, abre los ojos desorbitadamente, como si cada No implicara un temor sobrenatural y un respeto abyecto hacia el supremo concebido, incluso un dolor físico en alguna parte de las entrañas bajas llegando a la zona del recto. Sus No son No sin categoría, cobardes No apenas sugeridos por el eje horizontal de la cabeza, y casi nunca acompañados por el plomo de una voz sin altibajos.

Hay estoy-de-acuerdos de todo tipo. Algunos son infelices medio tontos que aprendieron con suerte solo una mitad de lenguaje, y ahora, en correspondencia, solo les funciona una mitad de cerebro. Otros son simples oportunistas que perfectamente saben decir que no, pero no se atreven porque les conviene seguir la línea del asentimiento absoluto.

También los hay bigotudos, típicos bigotudos de la generación del bigote, pero como tenemos en Cuba gente extremadamente sensible a estos vellos en particular, dejo allí los comentarios: es decir, los bigotudos sí pueden denigrar a los peluses como yo, pueden burlarse y ver sospechosas mariconerías en los aretes que usan los jóvenes, pero se ofenden y se desquician cuando alguien, inocente, les recuerda que de vez en cuando se vale cambiar el look y tumbarse un poco de pelos cheos de entre la nariz y la boca, tras lo cual quizás logren una mejor percepción del mundo que les rodea.

Escucharon ayer que el blanco era el color más lindo y se lo comieron íntegro; y escuchan hoy que el negro es el verdadero color e igual se lo tragan sin ninguna vaselina. Esto pasa porque los Joseítos no escuchan un mensaje, sino una voz, y se dejan seducir por ella sin que acuda a sus pliegues encefálicos una sola onda de pensamiento: la voz pudiera cagarse en sus madres y aun así no notarían el vapuleo.

El personaje de Joseíto estoy-de-acuerdo fue revelado hace algún tiempo en el choteo popular de los cubanos a través de un adorno de saleta: se trataba entonces de un perrito de gamuza que movía la cabeza constantemente al compás de las más leves fluctuaciones de la gravedad terrestre, todo feliz y despreocupado. A estos perritos la gente los conocía por el nombre de un famoso presentador de noticias en televisión, con amplia reputación de sinflictivo estoy-de-acuerdo.