“Los Idiotas”, de Eduardo del Llano

Reproduzco un post del cineasta cubano Eduardo del Llano, quien nos ha hecho reflexionar y reír en disímiles ocasiones, y a quien casi toda Cuba conoce por una popularísima serie de cortometrajes de ficción. No sé por qué siempre que leo su nombre recuerdo la frase final del corto Intermezzo: Yo una vez me abstuve, en una reunión del sindicato.

LOS IDIOTAS (Publicado en su blog el 30-07-2013)

Llevo un par de semanas haciendo casting y buscando locaciones para mi segundo largometraje con el ICAIC, cuyo rodaje debe tener lugar en el último trimestre del año. Es siempre un trabajo arduo ese de encontrar los rostros y lugares que requiere una historia; en especial, puedo asegurarles, la que me traigo entre manos. Ya hablaré de eso a su debido momento, pero créanme que, si Vinci resultó una pieza rara en el cine cubano, esta lo será todavía más.

Lo anterior viene a colación porque durante el proceso de búsqueda han ocurrido cosas muy divertidas. Una tarde, previa concertación telefónica, fuimos a ver un sitio con posibilidades para cierta escena, pero cuando llegamos a destino encontramos a un funcionario que, para empezar, no sabía nada del asunto; luego nos dijo que para filmar ahí teníamos que pedir permiso al Ministerio, y del Ministerio los llamarían a ellos a ver si era posible Claro, le interrumpí con impaciencia, pero primero tenemos que ver el lugar por dentro y decidir si nos interesa. Aquello pareció convencerlo y nos dejó pasar, acompañándonos todo el tiempo con una especie de bastón en la mano, como para pegarnos al menor desliz; en cierto momento hice una foto del lugar, y en seguida me reprendió, alarmado: Aquí no se pueden hacer fotos, una vez hicieron fotos en este mismo salón y luego salieron en un porno en Alemania. Mientras, yo me preguntaba quién sería el encargado de monitorear los pornos alemanes en busca de arquitectura cubana pirateada, alguien de mi equipo trató de razonar con el funcionario, pero igual el sitio no nos servía, así que nos largamos. Durante el regreso, los colegas me contaron que algo parecido ocurrió poco tiempo atrás en un Círculo Social Obrero, en la costa habanera: cuando alguien del ICAIC empezó a tomar fotos, no sólo del edificio sino de la correspondiente porción de costa, una funcionaria alarmadísima le dijo que les tenían prohibido fotografiar la costa, pues por ese tramo concreto se había ido mucha gente

En un texto previo hablé de esa casta maldita, los dictadores de filas, idiotas afincados en nociones vencidas, cuyo lema podría ser Ante la duda, prohíbe. Si sólo medraran en balnearios y edificios viejos, no sería tan grave, pero es esa una cepa de idiotez que cuaja a todos los niveles. También me referí antes a su equivalente de ultramar, los poseídos, aquellos emigrados que creen que Cuba se quedó donde la dejaron y que absolutamente cualquier cosa que haga o diga el gobierno cubano tiene que ser mentira; aquellos que sólo leen noticias sobre Cuba pero han olvidado la gramática para leer a Cuba.

Sí, todos vamos por la vida enfrentando idiotas, circunnavegándolos o vendando como podemos las heridas que nos producen: tarados que (des)hacen la política o la simplifican, necios en los medios de comunicación, en el trabajo y la familia. No es que sean brutos o inferiores, es que están enfermos con una idea fija. (La palabra clave en la frase no es idea sino fija). El tema, claro está, es universal y eterno: hace unos años publicaron por acá un pintoresco volumen titulado Historia de la estupidez humana, que extraía joyitas de estulticia de los siglos idos. Cierto renegado con apellido se creyó filósofo y escribió el bochornoso Manual del perfecto idiota latinoamericano. En La cena de los idiotas Francis Veber prueba que, dadas las circunstancias, todos podemos aparecer como cretinos a los ojos de los demás. Y Lars von Trier propone en Los idiotas hacerse el imbécil como estrategia de supervivencia.

Y cómo olvidar a mi selecto y privado rebaño de idiotas. Entre quienes leen este blog hay tres o cuatro (poseídos unos, oficialistas los otros tan rabiosos que, si los dejaran hacer, resucitarían el Decenio Negro) con mucho tiempo libre y una asombrosa capacidad para hablar mierda, quedar en ridículo al vestir los colores de su ignorancia o recortar y pegar hojarasca de Internet. Bravo, muchachos, sigan ahí, aborreciéndome pero incapaces de alejarse: como los bichitos nocturnos, vayan hacia la luz.