El carnaval y los acaparadores de pellys

carnavales_2013_camaguey_cubaSe acerca el carnaval camagüeyano, conocido también como la fiesta del San Juan, cuyos orígenes se remontan a cuando los ganaderos traían sus vacas hasta la ciudad para venderlas, aprovechando la gordura que adquirían las con las lluvias de mayo y junio.

Durante mucho tiempo los carnavales fueron motivo para que las familias salieran a festejar y a ver los paseos y las congas*, pero desde hace algunos años la cosa cambió drásticamente, con ensañamiento en contra del buen gusto, y de fiesta popular decente que era se tornó en oda a la chapucería, como si aconteciera más por obligación que por la satisfacción de continuar y enriquecer una tradición. Hay que reconocer, no obstante, que en Camagüey no se suspendieron carnavales, como sí se han suspendido en otras ciudades del país por ciclones y muertes de gente importante.

Las carencias materiales hicieron muchos estragos en el colorido de la vestimenta de bailarinas, congueros, monos viejos, muñecones y demás personajes carnavalescos, y las carrozas dejaron de tirar serpentinas para tirar solo el sonido estridente de los motores de generación de corriente eléctrica… y alguna que otra gota de sudor. Este panorama no fue mejor ni aquel año en que la economía cubana creció un 12 %, según estadísticas oficiales.

Los baños públicos comenzaron a apestar al aire libre. Hoy se hacen de tablas y “tejas prietas”— cartón untado en algo negruzco— y se colocan sobre los registros del alcantarillado para volverse cagaderos y meaderos que muestran, incluso desde afuera, todo tipo de cosas puercas…. “la expo-mierdas”, le dice un socio mío. Los tráileres de cuentapropistas, el otro tipo de baños disponibles, vienen con carteles como este: “con el Pollito afeita´o…”, y con dibujos semipornográficos de cheas imitaciones de las criollitas de Wilson que se tocan los muslos y sacan la lengua. Allí también pueden verse las mismas cosas puercas, con la simple diferencia de que primero debes pagar lo que le salga de las entrañas al dueño del tráiler. Con semejante espectáculo sanitario siempre hay quien escoge defecar detrás de un arbusto, u orinar la borrachera contra una pared cualquiera, sea de empresa estatal, de obelisco histórico o de casa de personas.

Del estado real de los acontecimientos delincuenciales, de robos con fuerza y broncas y puñaladas no creo poder hablar, porque no existen datos públicos oficiales al respecto, y las versiones populares que circulan en correspondencia con la “teoría de la bola” hablan de cifras de muertos que me parecen dudosas por exageradas.

Cuando se acerca el carnaval la gente comienza a “entrar en fase”… Desde Oriente llegan los vendedores de tarecos luminosos y de cosas plásticas y de goma: vienen en camiones de hierro y en el tren, y cargan catres y unos maletines o “gusanos” semejantes a los que traen los que vienen por primera vez de Miami. Solo los diferencia el churre, a los maletines, digo.

De alguna parte llega también “el vendedor de asombros”, que de vez en cuando arma su timbiriche de bichos raros en la Avenida Camagüey, llegando al extremo de traer un gallo con dos culos…; o sea, el tipo cobraba un peso por cada culo que el espectador veía…: ¡El gallo de dos anos!…¡2 $ por persona!, pregonaba el cartel.

Los locales en cambio, prefieren acaparar productos alimenticios que no se echen a perder, como los pellys que cuestan 6 pesos MN para luego revenderlos a 10. Acaparan también manzanas insípidas que venderán a 20 pesos, chicles, caramelos, refrescos de lata, cervezas de botella, etc. Y muchos luchan por ocupar las vacantes como dependientes en alguno de los quioscos, estatales o particulares, porque se hace “tremenda estilla” (mucho dinero) en tiempo de carnaval.

No deja de sorprender el hecho (y esto para mí sí es algo novedoso) de que este año la mayoría de la gente ande pensando qué venderá durante los carnavales y no en qué gastará el dinero: se debate sobre qué lugares estarán más flojos de inspectores, cuál es mejor para esto y cuál para aquello, y no sobre dónde habrá mejor música, por ejemplo.

Un hombre que vende pomos plásticos cerca de los termos de cerveza le cuenta a otro que ya tiene “como tres sacos de pomos”, que si se encuentra alguno se lo mande…. Y otro tiene en plena producción su microfábrica de chicharrones de cerdo, y los está empaquetando desde ahora porque en los carnavales “esto es locura”, dice.

Esta vez el San Juan comienza a armarse desde temprano en el mes, lo cual sugiere acaso una voluntad superior de organización del evento, pero habrá que ver pasar los días para emitir un juicio concluyente. El mío anticipado es que, fuera de eso, nada indica que vayamos a tener un carnaval distinto al acostumbrado en los últimos años.

¡Pero ojalá tenga yo que tragarme el párrafo anterior con comas y todo! Ojalá la cosa cambie y aparezcan, no ya los vestidos bonitos y las coloridas carrozas, sino al menos el orden y el esfuerzo visible de quienes tienen la responsabilidad de organizar y decidir, y saben definitivamente (porque tienen cómo) que los carnavales de esta ciudad no mejoran,… que gustan menos cada vez. Prefiero tragarme un criterio amargo y no el mismo amargo ambiente del carnaval del año pasado.

*las congas camagüeyanas nunca fueron tan sabrosonas como las santiagueras, pero siempre daba gusto irse detrás de alguna coreando el estribillo de moda.