No aprendí a tirar

Ha llovido bastante desde aquellos tiempos en que abundaban las pinturas en Cuba, sin embargo aún pueden leerse conceptos desaparecientes en las planchas metálicas de los pocos campos de tiro que quedan en la ciudad: todo cubano debe saber tirar y tirar bien.

Yo, entre otras cosas que veo mal, veo mal todos los disparos; siempre lo hice: nunca hallé tino convincente, ni motivo ni cordura en el hecho de proyectar un pedazo de metal a gran velocidad contra otra cosa, viva o inerte; de modo que aunque el contexto me invitó con insistencia, no aprendí a tirar.

De niño alguna vez tuve que saltar y cantar el que no salte es yanqui. Uno saltaba y cantaba y se reía, y entonces se te salían los chupameaos de los pies, pero igual seguías saltando; luego se te caía también el short, y se te salía el agüita del catarro por la nariz, y te caía polvo en los ojos porque el patio escolar siempre estaba polvoriento, y debías recoger a la vez el zapato plástico, aguantar el short, restregarte los ojos, secarte la nariz. y seguir riendo con el que no salte es yanqui. En algún punto de la canción había que aplastar al yanqui. Entonces ningún niño imaginaba qué era un yanqui, ni veía otra cosa que diversión en las consignas, fuesen del tipo que fuesen.

En la medida en que avanzaba uno por el túnel de la educación, iba figurándose no ya solo al yanqui, sino también al mercenario, a la guerra, y a los tiros. En los libros de lectura, cada tres páginas había alguien vestido de verde siendo bueno, y en guerra defensora contra otro alguien verde, pero de camuflajes, siendo malo. Tanto de guerra y de verde antinatural que yo ¡y que conste que no soy un tipo demasiado lírico!prefería las lecturas de globos en las ventanas, de abejitas que liban miel, y de mariposas sobrevolando el huerto de la abuela. Otros, al parecer mucho menos líricos que yo, calcaban en sus libretas los aviones soviéticos disparando a diestra y siniestra, pintaron tanques de guerra, y fusiles AKM, y pistolas Makarov. Muchos de ellos nunca superaron eso de tirar y tirar bien que leíamos desde pequeños en todas partes (directa o indirectamente), y hoy son perfectos comemierdas que se creen peritos de la industria militar solo porque han visto 3 o 4 documentales sobre el tema.

No digo que tanto tiro subjetivo sea suficiente para trauma infantil, pero sí tienen que haber menos violentas variantes de educación, y de enseñar amor por lo propio, que un niño memorizando el verso () los milicianos rompieron a los traidores que a su madre asesinaron, o imaginando como imaginan los niños, con literalidad peculiar nuestro suelo anegado en sangre. El libro de lecturas es importante, de hecho es lo más importante a largo plazo, y si no cambia él, no cambia nada.

En el preuniversitario la lectura al fin cambió, y la paz se hizo un poco con la batalla inocente del Quijote contra Caraculambro, o con Paris echando a guerrear a Troya por el amor de una mujer. En ninguno de los dos casos hubo tiros involucrados, no obstante la metralla siempre llegó por otra parte: competíamos en armar y desarmar un fusil AKM; los hubo buenos armando el arma, y otros mejores en desarmarla. En el campo de tiro una figura humanoide indicaba que si le dabas en la cabeza eran 10 puntos, y si le dabas en el torso era 5. Pero las AKM del pre tenían el cañón fundido en aluminio y solo servían de muestra, de modo que nadie de mi año las disparó. Sí dispararon en cambio, con escopetas de perles, contra lechuzas blancas que dormían de día en el falso techo del teatro de la escuela.

No puedo hablar de cuando la cosa se pone llena de tiros de verdad. de la previa y todo eso que sirve para que los hombres se hagan hombres (zombis) y tiren bien, porque por suerte nunca tuve un fusil cargado entre las manos, ni sentí el culatazo del novato en el hombro.

Los campos de tiro que quedan por aquí son muy pocos, y aunque sirvan de sostén económico a los inocentes maestros del buen tirar, y aunque en Cuba lo único que cueste un medio MN sea un pequeño proyectil de perle, quisiera yo que fueran más pocos cada vez hasta que no fuera ya ninguno. Que la desapareciente pintura que te invita a tirar bien se acabe de quitar completa con los aguaceros de las próximas primaveras.