Equivocado
Antes que pudiera decirle que yo no era babala´o, ni palero ni santero, antes de aclararle que tenía un número telefónico equivocado, como una máquina de hablar me contó la parte última de su historia de hombre solo.
Se llama Jorge Luis; desde hace «muchos» años está preso en una cárcel de Camagüey, y su padrino no lo atiende desde hace meses, porque como él aquí no tiene ni familia ni a nadie, -«tú me entiendes»-, no puede «dar nada». Y él se siente solo y está muy mal de salud, él tiene hecho un Changó, y también un Eleguá, pero necesita alguien que lo guíe, que si podía ser yo. Y yo que no, que yo solo incluí mi número de teléfono en la publicidad de mi pequeño negocio en una edición artesanal de la Letra del Año 2013, que de ahí la confusión.
–Ahhhh¡¡¡, está bien. (No entendió)
Entonces se disculpó, y me dijo «bueno, gracias por aguantarme la muela…», y le dije «no hay de qué mi hermano, mucha suerte y salud». Y no me dio risa, sino mucha pena y dolor; pena por la gente presa, por los que se sienten solos y buscan guías en números equivocados, y dolor por esa suerte de infelicidad limpia que tiende a no involucrarte.
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