Ya tengo mi propio adoquín camagüeyano…

 

O más bien medio adoquín principeño. Se lo pedí al obrero del martillo eléctrico que en nombre de la Oficina del Historiador de la Ciudad des (OHCC) descubre la tierra debajo del adoquinado de 500 años de la calle Ignacio Agramonte en Camagüey, antes conocida como calle Estrada Palma, y más conocida como la calle de los Cines.
El proyecto constructivo en cuestión consiste en remodelar la mencionada calle y darle un ambiente «cinematográfico». A fin de cuentas esta ciudad es uno de los pilares del cine cubano contemporáneo, y se prestigia con eventos como el Almacen de la Imagen, para jóvenes realizadores, neorealizadores, seudorealizadores y posers habituales del 7mo Arte. También es obra nuestra el Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica, un evento muy importante que atrae a los críticos de toda la vida, a los buenos y a los malos, y a viejos barbiblancos en general. Igual sucede con otro evento de menos historia: el Festival Internacional de Videoarte de Camagüey, que se ha colado en la preferencia de muchos y arrastra hasta Camagüey a un montón de extranjeros sociópatas y desadaptados que se interesan en temas como el sonido de un bolígrafo al caer al suelo o la vista en círculos del techo de un baño común desde el retrete del mismo. Este Festival también atrae a críticos del mundo, encabezados por un señor muy mayor y canoso que habla varios idiomas y tiene tremenda pinta de Buñuel…
Osea, la idea del entorno cinematográfico para la calle Ignacio Agramonte tiene razones suficientes. Pero no por eso deja de doler el hecho de que arranquen de cuajo los adoquines que estuvieron allí desde siempre. Sobre esos adoquines pasaron en gestiones de compras mis abuelas que ya no están. Sobre esos adoquines pudo caer borracho alguna vez algún antepasado mío. Sobre esos adoquines templaron los perros padres de mi perro Patricio. Sobre esas piedras aparentemente incómodas, que antes estuvieron tapadas por el asfalto pero que se sabía estaban allí, pasaron tantas cosas importantes que ahora parece mentira que ya nunca estarán otra vez.
Todo un dilema: la modernidad se impone, pero a veces la mano se suelta demasiado. Recuerdo cuando algún cesudo camagüeyano decidió empotrar un cajero automático en un edifico con neoclásico más viejo que su abuela de la calle Cisneros, pero luego rectificaron y lo retiraron… lástima que siempre quedara la marca en la pared.
De momento ya sé que hacer con mi souvenir principeño, con mi propio adoquín de casi 500 años. Lo voy a pulir para borrarle las huellas del martillo eléctrico, y luego voy a pedirle a Joseito, el Director del a Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey que me lo firma a manera de autógrafo, pero un autógrafo perdurable, tallado. De esta forma mi tataratataranieto podrá vendérselo a algún coleccionista cuando la ciudad esté próxima a cumplir su primer milenio de fundada. Aunque para ese tiempo no estoy seguro que exista ya la ciudad…. el «granito cinematofráfico» que remplazará los adoquines tradicionales de Camagüey es más rollo que película y según yo, que no sé de nada en específico, no debe durar los 500 años que faltan.