La Oficina del Destructor de la Ciudad: una aclaración necesaria

Las ciudades con Historia son siempre víctimas del pasado y de tiempos mejores. Camagüey es una ciudad con Historia: se acerca a los 500 años desde que algún delincuente catalán pusiera la primera piedra.

Para celebrar el acontecimiento la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey (OHCC) ha preparado un programa ambicioso llamado Ciudad 500 que incluye la reparación de inmuebles, la construcción de otros, la peatonización de calles, etc. Todo un conjunto de cosas buenas (no libres de imperfecciones) que servirán para tener una ciudad más bonita y moderna. Pero pasa que la gente, en su afán y su hambre desesperada de crítica, lo critica todo con furia, hasta lo que hace la mencionada Oficina; sobre todo lo que hace la Oficina.

Lo escuché de un grupo de jodedores en una plaza; la llamaron la Oficina del Destructor de la Ciudad, y acto seguido la explicación: van siete tipos sudados con martillos eléctricos y picos rompiendo calles, y luego uno solo detrás, como caperucita roja, tra lalatra lala, con un cubito de mezcla salpicando y resanando los huecos Esto no deja de tener gracia, pero debo aclarar que no es del todo cierto.

La OHCC, en su afán de construir, arreglar y mejorar, se ha ganado toda la mala reputación, pero en realidad los que destruyen son otros: empresas de la construcción, de viales, de trajines eléctricos, y de acueducto, se llevan el mayor número de puntos negativos. Ellos son los verdaderos destructores de la ciudad, chapuceros autorizados que para cumplir en tiempo sus obras (cosa, además, que casi nunca sucede) van dejando rastros de su paso indeseable por las calles de Camagüey.

En la carretera central, por ejemplo, único legado positivo del dictador cubano de la década de 1920 Gerado Machado, alguna de estas empresas ha dejado una zanja de medio metro de ancho a lo largo de casi 3 cuadras: una zanja especial para se enreden los ciclistas, tropiecen los peatones y para que se acumule el agua después del aguacero. Así, tras cada reparación va quedando más fea la ciudad, más llena de baches y huecos. El colmo de los colmos es que la mayor cantidad de baches en las calles son generados no por el deterioro natural que viene con los años, sino por la empresa que debe reparar las vías, porque lo hacen todo mal y luego queda peor.

El adoquinado, que ha salido ileso por casi 500 años, ahora se sumerge lentamente entre cada mezcla de cemento que le baten encima. Nadie parece darse cuenta de esto, y así lo siguen haciendo.

Mi única inconformidad con las obras de la Oficina del Historiador (aparte de que constantemente inauguren cafeterías en CUC a las cuales ni yo ni más de la mitad de la población de Camagüey puede ir a consumir y divertirse) es tan sencilla como el color escogido para el granito del paseo de la calle Maceo y el Parque Agramonte: un blanco enceguecedor lumínico que el que lo desenceguezca buen desenceguecedor de granitos enceguecidos será. Tanto que los pobres revendedores de dólares y trapicheros de todo en general deben usar caras gafas para poder operar en la zona. De noche ambas calles resultan una maravilla de bonitas, pero de día, cuando el sol abrasa, no hay Dios que se mande una cola o se siente en uno de sus bancos. El granito blanco estará bueno para un Londres nublado y lloviznoso, pero en este Camagüey legendario de 33 grados de temperatura hace falta otra variante.