El órgano y la burocracia

Las jodederas asociadas a la burocracia y el papelaje no pueden sino percibirse clarísimamente cuando uno va a reponer el Carné de Identidad. Allí una fañosa señora Washowsky te pregunta sin mirarte de frente, con toda la insensibilidad del mundo: ¿Estás dispuesto a donar tus órganos en caso de muerte?. Sin que medie una charla mínima sobre la importancia de la donación de órganos; sin que nadie te diga lo importante que puede ser tu saludable corazón, tu noble hígado entero, o tus hermosos y funcionantes riñones. Solo así te das cuenta de verdad que eres más un número (ni siquiera digital, al caso) que una persona que no piensa demasiado en cuando le toque morirse.
Un amigo neurólogo me contó lo impresionante que es asistir a una extracción de órganos sanos de un cadáver humano. Este médico, que no se impresiona con una operación de columna vertebral, me confesó lo dañino que es para el espíritu observar a «un grupo de buitres» atacar y despedazar en solo minutos el cuerpo flácido de un joven fallecido en accidente de tránsito. «¡… Le sacaron hasta la córnea…!, me dijo.
Luego del momento amargo los dejo entonces con esta terrenal poesía del escritor español Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura en 1989.
Por cierto hay una anécdota de otro grande literato: José Jacinto Benavente, muy terrenal también. El hombre, luego de una conferencia, atendía a periodistas preguntones, pero de repente se excusó:

  • Permítanme un momento, por favor…

Entonces una joven y bella curiosa le preguntó:

  • ¿Por qué, a dónde va, profesor?

A lo cual el genio repondió con inigualable sinceridad:

  • Voy a mear… y tal vez cague…

Ahora el poema de Cela:

LA DONACIÓN DE MIS ÓRGANOS

Quiero el día que yo muera
poder donar mis riñones,
mis ojos y mis pulmones.
Que se los den a cualquiera.

Si hay un paciente que espera
por lo que yo ofrezco aquí
espero que lo hagan así
para salvar una vida.
Si no puedo respirar,
que otro respire por mí.

Donaré mí corazón
para algún pecho cansado
que quiera ser restaurado
y entrar de nuevo en acción.

Hago firme donación
y que se cumpla confío
antes de sentirlo frío,
roto, podrido y maltrecho
que lata desde otro pecho
si ya no late en el mío.

La picha yo donaré,
que se la den a un caído
y levante poseído
el vigor que disfruté.

Pero pido que después
se la pongan a un jinete,
de los que les gusta brete.
Sería eso una gran cosa
yo descansando en la fosa
y mi picha dando fuerte.

Entre otras donaciones
me niego a donar la boca.
Pues hay algo que me choca
por poderosas razones.

Sé de quién en ocasiones
habla mucha bobería;
chupa lo que no debía
y prefiero que se pierda
antes que algún comemierda
mame con la boca mía.

El culo no donaré,
pues siempre existe un confuso
que pueda darle mal uso
al culo que yo doné.
Muchos años lo cuidé
lavándomelo a menudo.

Para que un cirujano boludo
en dicha trasplantación
se lo ponga a un maricón
y muerto me den por el culo.