La noche buena cubana

5:00 pm y la gente se amontona en las paradas de Camagüey a la caza de un camión de a peso, miran con desconfianza los productos de los vendedores por cuenta propia y algunos compran.
En una casilla estatal de venta de productos cárnicos se expende «por la libre» yogurt de soya, picadillo de misterio y mortadella; y la carne de vaca «de dieta».
Una señora compra picadillo, mira a su derecha y suspira mientras mira al carnicero cortando un pedazo de carne roja:

  • Ay mijo… el tiempo que hace que no la veo…
  • No se preocupe señora, la noche buena tiene que llegar… algún día, responde el hombre.

No se refería el carnicero a la integración monetaria, ni a la reforma migratoria; tampoco se refería a un cambio de gobierno en Cuba, ni a la extensión de las Nuevas Tecnologías y el Internet, o a la libertad de contratos de artistas y deportistas de alto rendimiento.
Se refería a comida que existe y que la gente común no puede comprar y comer, uno de los verdaderos problemas cubanos que son prácticamente ignorados por las prensas: por la de la calle (el periódico rojo y el azul) y por los medios y blogs del internet en su amplísima variedad, pretendidos alternativos, diferentes, umbrales de un debate nacional que desde la comodidad de los ordenadores no pueden ver lo que pasa en las cafeterías, en las esquinas y en las paradas de guaguas.
Basta consultar cualquier balance anual de la ganadería en esta gran llanura, «la más ganadera de Cuba»…, para ver que se cumplen y sobrecumplen todos los números referentes a la ceba de toros, parámetro que a todas luces debe indicar mayor disponibilidad de carne de vaca. Pero no. Los incrementos productivos no se revierten en oferta visible. Sucede igual con el PIB y demás indicadores de la economía.
En la concreta un cubano que desee comer carne de vaca tiene tres opciones: la recibe como estímulo en ocasiones específicas en caso de que labore en alguna institución vinculada a la producción o comercialización de esta, la compra de contrabando arriegándose a cumplir sanción penal por el hecho, o la compra de forma legal en las tiendas en CUC (moneda 25 veces más dura que el peso cubano) a razón de 9 CUC por cada kilogramo. Esto significa pagar por una libra del producto el equivalente a un tercio del salario promedio en Cuba. ¡Un tercio de los ingresos mensuales de un obrero por una libra de carne!. Quien no vive en la realidad del cubano de a pie no puede de ninguna manera, ni aun luego de la descripción más exacta, comprender la burla que esto significa al bolsillo ciudadano.
El dueño de una paladar en la calle República me explicó una vez, estudio en mano, sus costos de producción y venta con respecto a la carne de vaca. Comprándola legalmente a 9 CUC– cosa que usted, obviamente, tiene toda la libertad de poner en duda–, al final el hombre debía vender el bistec de 400 gramos a 45 pesos MN para que le diera un estrecho margen de ganancias. 45 pesos significan tres días de trabajo de un obrero bien pagado.
Y así camina el comercio de la carne de vaca en Cuba, dando como resultado que la mayoría de las familias no tengan acceso a ella. Conozco varias, por ejemplo– y sin pizca alguna de exageración– que no la han probado en años.
Pero comparando este hecho con otras realidades alimenticias, la situación comercial de la carne de vaca es un problema importante y de mayorías, pero no uno de extremos, como sí lo es el adolescente en pleno crecimiento que almuerza un pan con mortadella y un vaso de yogurt de soya (todo avalado científicamente por «especialistas en nutrición» del Ministerio de Educación…), el niño de barrio marginal que comparte con su hermana un aguacate de desayuno (como lo he visto), y el profesional que llega de noche a casa y se prepara un solo plato de arroz blanco con poco o ningún aceite (como también sé que sucede).
En resumen, si me preguntan ahora mismo yo digo que en este país hermoso y controvertido de muchos colores, uno de ellos es el hambre, no la hambruna africana, pero sí el hambre. Tampoco la simple «falta de pan» con que se describe hoy el asunto en muchos países desarrollados, sencillamente hambre, gente con deseos y necesidad de consumir alimentos variados y sin recursos económicos para quedar satisfechos. Ahora mismo debo confesar que estoy un poco «fuera de caldero» o «herido de muerte», como también se le conoce al hambre cubana. Como se ve, hasta del hambre el cubano hace bromas constantes, lo cual no estoy muy seguro de si es malo o bueno.
Por eso, en este asunto particular, estoy de acuerdo con el Partido Comunista de Cuba y no con los disidentes, con Raúl Castro Ruz y no con Yoanis Sánchez: la cuestión agropecuaria, o sea, la comida de la gente, «la jama del cubano», es un tema de seguridad nacional, la primera prioridad, que nunca debe ser supeditada a otras necesidades secundarias para la mayoría como la reforma migratoria o la extensión del Internet.