¿Unos más iguales que otros?

«Siempre hay otros animales, que son falsos sementales, y nos condenaron a este corral». Erick Sánchez.

Una reunión y una presidencia: escenario común de la dinámica empresarial y política cubana. Celular que suena y jefe que interrumpe su discurso y atiende la llamada frente a todos, llamada, además, de la “compañera mi amor”. Entretanto los presentes tragan en seco, obligados a escuchar lo que no les interesa, a mirar a alguien hablando por un teléfono que ellos nop pueden pagarse, como si asistieran a una obra de teatro y no a una sesión de trabajo.
En la mesa de la presidencia suele haber vasitos con agua, pomitos de Ciego Montero o Las Lomas, si la entidad tiene amplitud de recursos; en casos extremos, si es verano y no hay aire acondicionado, se ha el visto el ventilador enfocando solo a la susodicha mesa, mientras el resto suda y observa. Sin embargo nada me parece más alejado del ideal de igualdad que hablar con la voz del obrero mientras se denigra el propio discurso con actitudes burguesas y decadentes.
Es un asunto de personas y personalidades: quien sea capaz de saborear la pleitesía que en su honor la tradición ha impuesto en determinado escenario, de disfruta la superioridad de un cargo de dirección, administrativo o político, nunca podrá asumir su asiento como deber de servicio y sacrificio.
Cualquier encuentro de trabajo que implique la presencia de mucha gente debería realizarse en un ambiente de confianza e igualdad visibles: la experiencia demuestra que del trabajo en equipo surgen las mejores soluciones, pero para ello el equipo necesita sentirse como tal, químicamente diluido.
Asimismo, molestan, aturden y estorban los dirigentes que irrespetan a sus subordinados con tediosas muelas a la hora del almuerzo sobre temas que no vienen al caso, solo porque ellos no tiene hambre… Y esto nos lleva a otra variable en esta ecuación desigual: el almuerzo y/o meriendas diferenciadas en comedores o locales también “diferenciados”; simplemente y en la mayoría de los casos significa un espectáculo impropio de una sociedad que aspira a superar toda diferenciación humana.
El respeto por la jerarquía, que pudiera usarse como fundamento, debe y puede surgir naturalmente una vez que los subordinados reconozcan el sacrificio del que asume un cargo, nunca de la posición física de unas sillas por encima de otras, de unas por detrás de otras, cual complejo sistema semiótico de yo mando más que tú, y tú tomas y comes esto y yo aquello…
El que detrás de una corbata sea incapaz de sentirse idéntico en condición humana al lavaplatos detrás del delantal puede ser solo dos cosas: un aprovechado que pretende lucrar material o moralmente con el poder, o un cobarde que no declaró honestamente su incompetencia para el puesto.
Desde hace tiempo se supone que en Cuba no hay capataces, ni mandamases a los que haya que reírles las gracias aunque el chiste fuera malo y sobre la abuelita de uno. El trabajador, cuya jornada implica tanto o más gasto calórico que el de sus superiores, tiene pleno derecho a exigir igualdad en el amplísimo sentido de esa palabra.
También hay elementos estructurales que se traducen en acentuación de las diferencias. Un podio, por ejemplo, se justifica con la necesidad de que llegue la voz a todos, pero hay que creer que existen maneras más civilizadas de hacerse escuchar sobre todo cuando el tema incumbe y entusiasma al auditorio. Todos los pedestales, por tanto, deberían declararse barreras arquitectónicas y mentales que funcionan como ruido en la comunicación.
Otras prácticas habituales de inconsecuencia con los principios de paridad son la ubicación de presidencias a la sombra en sillas, mientras se coloca a las multitudes de pie y al sol, o las tardanzas de los que deben dirigir la reunión. El monólogo también incomoda a los auditorios: si el objetivo de una cita es la disertación unidireccional y no el intercambio ¿no sería más fácil enviar una circular o el discurso grabado hasta cada entidad o municipio? Además de no importunar a gente que se supone ocupada, esto ahorraría grandes cantidades de combustible y conservaría muchos “carros de la empresa”.
Un director nacional, un Ministro, debe asumirse de visita en casa como uno más del gremio y no como “invitado especial” al que hay que ponerle la sillita más cómoda y más linda. El tratamiento versallesco (que no el respeto) es una práctica social incompatible con la aspiración de erradicar mentalidades obsoletas, en tanto significa alterar la realidad, los visitantes luego se llevan una impresión inexacta de nuestras posibilidades y expectativas.
Todo aquel que sinceramente aspire y predique una sociedad más justa debería avochornarse de actitudes semejantes.