Duele el carnaval en Camagüey

El carnaval camagüeyano duele por estos días: hiere a la cultura cubana, y a su propia esencia, en el mismísimo centro del corazón.

Una fiesta popular no es una fiesta vulgar, menos en el legendario Camagüey, que fue llamada suave comarca de pastores y sombreros por el Poeta Nacional Nicolás Guillén.

La Fiesta del San Juan ya venía mostrando síntomas de vulgarización, como muchas otras cosas, pero no había llegado a tanta confluencia de mal gusto, ni con tanta intensidad.

No duele la ausencia de las serpentinas de la era soviética, ni los accidentes energéticos de las carrozas durante los paseos; no duelen los trajes cheísimos de los congueros y bailarinas, ni los muñecones ridículos que asustan hasta a los grandes. No duele que el tradicional desfile de bicicletas de esta vez tenga la infeliz cifra de 6 ciclistas Al final ya estamos acostumbrados a la falta de todo.

Duele, en cambio, esa multitud de jóvenes, hermanas, adultos y párvulos, tarareando esto: qué pasó, qué bolá, me metí pa´ jinetera porque no tenía na´. Primero las reacciones de la inconsciencia: risa y asombro; y luego asco.

Duele el Casino Campestre repleto de tatuadores de mentirita en pleno carnaval infantil, con publicidades semi-analfabetas como Las Diablas no pagan. Pero duelen más los padres haciendo fila para tatuar a sus niñas con una insinuación sexual en la pelvis, como se pintan las putas.

Duele el vendedor de postalitas que solo vende postalitas de Messi, Cristiano Ronaldo, William Levi, Osmany García y otros machos de moda.

Duele una figura encorvada y triste recogiendo laticas para sobrevivir y pagarle una patente al gobierno mientras otros se toman las cervezas.

Duelen la peste a orina de los baños ambulantes y la gente cagando en matorrales.

Duele el cochero cabrón expoliando a una familia decente porque el caballo es mío, mi tío. Duele también el caballo.

Y duele, sobre todo, que aún queden cuatro días de este tipo de carnaval.