El Registro Civil

En el Registro Civil de Camagüey la gente hace colas, solicita inscripciones de nacimiento, ceruficados de defunción, y se casa ridículamente. A veces solo logran hacer la cola. Las razones son varias: les falta un sello, una firma autorizada, una foto, los presuntos contrayentes son ambos varones, tienen una tilde de más en el segundo apellido y deben entonces hacer un trámite previo, y un larguísimo etc de puñeteras incomodidades. Es un lugar para sufrir la burocracia y mentarle el cuño y la madre a Dios y luego rezarle porque te salve del infarto y la hipertensión.

En el Registro Civil de Camagüey hay pocos asientos, y afuera del edificio hay poca sobra, lo cual beneficia al tipo que vende refrescos y pizzas a un costado; no es un secreto que cuando uno se aburre o se cansa de estar parado por más de tres horas le da por beber de tanta sed o por comer, toda vez que tenga uno algún dinero en el bolsillo. Igual cuando uno no está aburrido también le da por comer a cada rato pero eso ya se asemeja más al hambre normal, de la cual no tengo intensiones de hablar.

En el Registro Civil de Camagüey hay un buró de información, pero la señora que atiende siempre está más perdida que una vaca en un teatro, y cuando le preguntas algo te manda a pregunarle a otra señora Washowski, pero eso es tan común que ya solo por el hecho de mirate a la cara y no gritarte delante de la gente en cola se lo agradeces y te vas fingiendo las gracias.

Le gente en cola, de la cola de los sentados de adentro, se va corriendo de asiento en asiento a medida que van saliendo como para garantizar el respeto a su turno, un espectáculo bastante chino. Hay viejas expertas en saltarse turnos en las colas, allí en el RC, en las paradas de guaguas, en la bodega y dondequiera, que en este particular le dan diez vueltas al más joven y fornido efebo tropical, o negrón repa de Florat (un barrio con fama de guapo).

Muchos guajiros se casan todavía, aunque sean nacidos y criados en el corazón de la ciudad. Las muchachitas se ponen sus vestidos rojos, el moño de flores más lindo, y los zapatos enteros y pa’allá con mamá y papá vestidos también bonitos. Los tipos se ponen la camisa de mangas largas y se peinan el bigote, y pa’allá con los viejos y testigos. Y llegan a ese templo del calor y la peste a cuño a las tres de la tarde, horario en el que más o menos se puede entrar a local sin que te apolismen demasiado en la entrada.

Hay que ir en camiones de a peso y si los contrayentes son de La Yaba (un barrio persiférico con fama de que la gente tiene caballos) pues van en carretones de caballos.

Una vez estaba yo sacando un certificado de soltería para enmarcarlo y colgarlo orgullosamente en la sala de mi casa cuando entró una comitiva guajira a casarse. Les faltaba un sello porque la chiquita era menor de edad y el tipo tuvo que ir al correo en la bicileta del primo a comprarlo… Y ahora qué falta… T-I-N-T-AAAAA¡¡¡¡, recordé de tanto aurrimiento mientras vigilaba a la vieja mosquita-muerta que iba detrás de mí.

Lo último que recuerdo que tenga que ver con el Registro del Estado Civil en Camagüey tiene que ver con mi socio X. Mi socio X sí es un loco, es ponchero desde hace una pila de años en la calle Z, su overol es blanco y siempre lo tiene limpio. Pues el socio conoció una socia, y un tiempecito después (creo que una o dos semanas) fue a casarse sin familia ni protocolos, vestido con el overol del trabajo. Sabía de los sellos y los 80 pesos, pero no lo de los testigos, de modo que salió a la cola de los parados y le dijo a un compañero y a una compañera: compañeros, por favor, ayúdenme ahí en esta jugada, y así pudo resolver con el favor proletario.