“Pélete” y “aféitete”…

Hoy me rasuré metrosexualmente la cara y la parte superior delantera del cuello… lo que se dice normal afeitarse. Se puede estar flaco, pelú y con barba: pero flaco + pelú + barba… + catarro es igual a tuberculoso perdido, y uno va a cafeterías y anda en la calle así que qué remedio…

Una pila de minutos que gasté en la afeitadera pues los barbavagos como yo debemos primero recortarnos las ramas con una máquina eléctrica (o tijera) para que luego le cuchilla le entre bien al bosque.

Recuerdo un relato de la vocacional de Santiago de Cuba, donde no estudié yo sino otros que me contaron. Había allí un profesor medio básico de esos de años, que le decían “Guillermón”, creo, por la cara de mambí enojado con que miraba los peluses y les ordenaba: “pélete” y “aféitete”, con los ojos inyectados en sangre. Leandro Maceo, un socio que ahora trabaja en la redacción internacional de Granma, sufrío las órdenes de Guillermón, y me dijo que no había quien osara desafiar al tipo.

En mi vocacional de Camagüey también había Guillermones, pero no asustaban tanto, de modo que me pude permitir la pelusería los tres años; para completar el cuadro me salieron pelos entre las cejas, las dos se hicieron una sola, y los jodedores me decían que era yo un organismo “unicejular”. En esa época no me había salido la barba, pero desde entonces tenía corazón de pelú integral. Incluso ya desde la primaria y la secundaria porque los pelados bajitos de ese tiempo como la malanguita, la raya guanaja al lado, y los pinchos, no iban mucho con el tremendo par de orejones (¡ojo, leer bien!…) que me dio la naturaleza…Siempre pensé que era mejor tener más pelo porque lo podías cortar cuando quisieras, igual que las orejas: peor es ser calvo con orejas de chicharrón, lo cual no tiene salida sencilla.

Las pocas veces que me pelé bajito me alegraba un poco cuando entraba a la cuadra y las viejas me decían “coño ahora sí pareces un hombrecito”, pero a penas se me pasaba el positivo efecto de todo cambio, me miraba al espejo y me decía “shu, coño, ahora sí pareces un comemierda”. Y mis sinceros respetos para todos los que se pelan.

Afortunadamente no tuve situaciones de piojos u otros parásitos del pelaje humano. Tampoco me hicieron jamás la gracia pesada del chicle, ni mi abuela consumó su plan de picotearme algunos mechones mientras dormía.

En la Universidad uno sí puede sacar con total libertad el Pelú de Mayajigua que se lleva dentro, a no ser que seas presidente de la FEU y tengas que ir a reuniones con el rector. Lo malo: un gasto extra en champú, y si quieres ser el príncipe Encantador de los muñequitos de Shrek también en acondicionador, reparador de puntas, encaracolador de mitades, emperfumador de cráneo, y otros caros descaros.

Debo reconocer que en el ánimo del pelú integral cubano influye bastante el precio de las cuchillas de afeitar y del pelado: 10 pesos, para un salario promedio de 429 pesos…

Hace falta que se me quite pronto el catarro.