SEA BUENO Y VAYA AL CIELO

Este asunto de ser buena gente no es tan difícil como parece.

Le voy a explicar: los buenos van al cielo, se visten de blanco y llevan argollitas doradas sobre la cabeza; los malos, en cambio, se joden y pasan la eternidad masticando trozos de azufre de los que excreta el diablo.

Ahora se preguntará usted cómo hacer para ser buena gente y ganarse el cielo. Pues verá qué simple: comience por decirle a todo el mundo “hermano” y “hermana”. Tenga cuidado de no soltarle un “hermano” a su profesor de filosofía, y conviene tratar de mami y papi a sus progenitores.

Desde el momento en que decida ser bueno deberá vestirse dos siglos atrás y llevar un libro grueso debajo del brazo, aunque no entienda lo que dice, o lo entienda mal. Recuerde además que la gente buena usa espejuelos, así que sacrifique un poco su vista y emparapétese un par de lentes delante de los ojos (que cacofonía tan hermosa ¿verdad?: parece que es hija del señor).

En fin, que nadie le va a preguntar si en realidad necesita los cristales o si forman parte de su nueva, buena y parsimoniosa imagen. En el aspecto espiritual asuma esta valor compartido por el resto de los buenos: Aunque la lógica indique lo contrario todos lo Papas son y fueron intrínsecamente diabólicos; aun cuando hayan tenido gestos de probada filantropía todo lo hicieron al servicio del mal.

Si su saludo normal es “qué tal”, y su despedida “nos vemos”, sustitúyalos de inmediato por “Dios te bendiga”, pero tenga cuidado d no olvidar el resto de las palabras de la Lengua Española, no sea que alguien llegue sediento a su puerta y usted solo atine a responderle “agua no, pero que Dios te bendiga”.

Si un día se martilla un dedo, ¡mucho cuidado!, trague en seco y si quiere maldiga bien bajito, pero deje ver a los demás que usted entiende que el golpe era necesario y parte de un plan divino diseñado especialísimamente para usted.

Asimismo niéguese el sexo ocasional y los tragos de fin de año: sin esas cosas mundanas se puede vivir perfectamente; también se puede vivir sin ropas, sin comer chocolate y sin pelarse uno nunca en la vida pero tampoco hay que exagerar.

Casi por último, no crea lo que dice en ningún libro que no sea la Santa Biblia, o que haya sido escrito por Josh McDowell. Imagine nada más que hay un pobre ignorante llamado Charles Darwin, que después de largos años de estúpidas elucubraciones concluyó la ridiculísima idea de que las especies evolucionan por selección natural.

Y lo último: le va ser un poco difícil, pero piense sin malas palabras porque el todopoderoso omnipresente se omnipresenta incluso dentro de su mente; puede escuchar sus pensamientos y es él quién acuña las visas al cielo.