Dos salvajismos “a la camagüeyana”
Esta semana vengo con alguna incursión en el pozo de las leyendas locales, solo que éstas se nutren de la pura verdad. Ambas historias son referidas por el colega Eduardo Labrada Rodríguez, del semanario Adelante.
La otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe ha escrito páginas de gloria en la Historia nacional; pero también hay manchas que una vez estrujaron la moral de los principeños, y que hoy podemos evocar como sucesos curiosos. Interesante la iniciativa eh…??? Resulta que los “magnates” locales quisieron emplazar una Academia de Baile, con jóvenes doncellas cuyos servicios se imaginarán.., en los altos del inmueble que ocupaban.
Este hecho hubiese pasado inadvertido en 1929 –en pleno apogeo del machadato–, de no ser porque el edificio se trataba nada menos que de la casa natal del Mayor General Ignacio Agramonte. Las sociedades de la ciudad y el Centro de Veteranos del Ejército Libertador capitanearon una tángana popular, que felizmente logró el naufragio del proyecto.
Ubicada en la Plaza La Merced, la casa de Agramonte se considera una de las edificaciones más antiguas de la ciudad y es actualmente un museo. En la planta alta (donde pretendieran los propietarios del Bar Pedrito armar el relajito público), el inmueble cuenta con tres salas de exposiciones permanentes, con muestras del mobiliario y el arte decorativo del siglo XIX, y artículos personales de Agramonte y su familia.
¿Ku Klux Klan camagüeyano? Pues mire usted que sí, por raro que parezca… Seis meses después de que el pueblo frenara la mencionada empresa, en agosto de 1929 un grupo de fanáticos masones convinieron en fundar un Ku Klux Klan a la camagüeyana. Un ciclo de “pacíficos” salmos marcó la inauguración. Así cantaban: “¡Guerra sin cuartel a los extranjeros y católicos, exterminio a la raza negra para restablecer el reinado de la raza blanca, eliminación de parásitos sociales como mendigos y aquellos que no tengan ningún tipo de recursos, a los que violen las leyes del Estado, y en fin, a los que contradigan las normas de la sociedad blanca!”
El periódico El Camagüeyano soltó la noticia en primera plana: “Nuevo brote comunista localizado por el gobierno en esta ciudad”. Diez agentes de la Policía Judicial arribaron a Camagüey vía ferrocarril, y supieron de las autoridades locales que el jefe era un tal Robert B. Anderson, optometrista norteamericano –que al parecer tenía la vista en otra parte–, dueño de un establecimiento de óptica. ¡El yanqui ya se había proclamado Emperador del Clan…! Lo secundaba otro comerciante, Ángel López García, en funciones de Supremo Jefe Ejecutivo. En su euforia racista, los iniciados se habían mandado a confeccionar los trajes típicos de su liturgia: batilongos blancos de mangas largas, con los correspondientes capuchones, de huecos redondos para los ojos.
Aunque posaron para una cámara, la noche de su asamblea constitutiva, los sospechosos no pudieron ser identificados por llevar puestos los mencionados capuchones. Tan rápido como llegó, se fue la Orden del Ku klux klan de Cuba: el gobierno de Gerardo Machado –haciendo gala de su tremenda ignorancia–, los acusó de estar vinculados a Moscú y al comunismo internacional, obligando a Robert B. Anderson a disolver la macabra organización.
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