Crítica “cinedebatófica”
Muy buenas noches estimados televidentes:
En el programa de hoy, como de costumbre, le contaré la película antes que usted la vea: así le ahorraré el incómodo trabajo de pensar y mantenerse en suspenso hasta el final del filme.
La propuesta cinematográfica de hoy lleva por título Veinte Ideotas en una sala oscura, y centra su contenido principalmente (cosa que no todo el mundo entiende) en la presencia de veinte ideotas en una sala oscura.
Veinte ideotas… estuvo magistralmente dirigida por Mark Derriper, bisnieto del afamado Jack Derriper, descuartizador de prostitutas londinenses y asesino en serie por cuenta propia, pero sin dudas un hombre de elevada sensibilidad humana, que siempre mostró una pasión casi excesiva por el arte del celuloide, a juzgar por la cantidad de grasa subcutánea que tuvieron todas sus novias del pre y la universidad.
Quizás el factor mejor logrado del filme sea la fotografía. La fotografía de Veinte ideotas…, como la producción y la edición, la hizo el propio director, con una camarita Citizen que le prestó un socio del barrio, cuyo padre funge como gran fotógrafo y realizador de audiovisuales de quince, bodas y fiestas de cumpleaños.
Veinte ideotas… tiene además una subtrama muy interesante, que es otro filme dentro del filme, de similares características y relevancia dramática: Un ratón con dudas existenciales. Es ésta la película intelectual más exitosa del año. Y sí, por su puesto que es del cine independiente, y experimental, y posmoderno y hermético-simbolista… Lo que significa que ninguna casa productora se interesó, y fue hecha, por tanto, con el treinta y cinco por ciento del salario del director, que vende hot-dogs en una esquina de Broadway.
Un ratón… aborda la complicada y melancólica vida de un ratón macho que no sabe exactamente por qué existe. Se entrega entonces a una búsqueda espiritual interna que incluye drogarse por las alcantarillas de New York, pelearse con sus familiares y amigos, fornicar con su hermana menor, tatuarse un símbolo satánico en el cuello, discutir sobre temas que no conoce, y finalmente experimentar relaciones sexuales con otros ratones machos. Nunca antes el cine independiente había tocado temas similares…
El final de Un ratón… deviene cuando el protagonista, ya medio muerto, resuelve que la causa del sufrimiento es su inteligencia, superior a la del resto de los ratones. Entonces, haciendo el gran performance de su vida, se picotea el rabo con una cuchilla de afeitar…
Comienza así la polémica en la sala oscura. Una polémica a ratos relativa porque, aunque no tenga nada que ver con la película recién proyectada, los veinte ideotas tacharán de frívolo y degradante al cine de Hollywood, aduciendo que la calidad de un filme es inversamente proporcional a su presupuesto. Dirán además que si la película no tiene un nombre raro, como La pulga electrónica, Un hiperboloide amarillo y tiernamente asimétrico, Eva finisecular y poliédrica, o El secreto de la montaña, no es digna de ser vista por intelectuales de la pantalla grande.
Luego, los veinte protagonistas irán a sus casas y pondrán bajito, de madrugada, la re-re-re-retransmisión de Flipper –por cierto que ya casi le toca otra vez en la rotación–, para llorar a solas con las peripecias del pequeño cetáceo, y descargar así, en total aislamiento, el gigantesco cúmulo fecal que atormenta sus cerebros lisos.
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