Albert y los calores de la Habana

El científico más prominente del siglo XX, el poeta del Universo, visitó este país junto a su esposa y una pequeña comitiva en 1930. Su visita solo duró algo más de 24 horas, y, para no variar, se le vio despeinado, con su tradicional expresión distraída en el rostro.

Lo esperaban los periodistas, fotógrafos, y varios representantes de la comunidad científica cubana. El 19 de diciembre, recién llegado a la Habana, Albert Einstein quiso comprar un sombrero. Hacía calor en los muelles y el sol del trópico amenazaba con freírle su valiosísimo cerebro. La tienda El Encanto obsequió el sombrero más lujoso que tenía en venta, a cambio, únicamente, de que el genio alemán posara para una foto con los dueños del recinto.

El itinerario de Einstein en la Habana de 1930 incluyó una visita de cortesía a la Secretaría de Estado y a una recepción que se le ofreció en el Paraninfo de la Academia de Ciencias Médicas, Naturales y Físicas. Asistió además a un banquete que brindó el presidente de la Academia de Ciencias en su honor, en el Roof Garden del hotel Plaza; y en automóvil recorrió el Havana Yatch Club, el Country Club y Santiago de las Vegas.

Al finalizar la jornada fue a la recepción que le organizara la Sociedad Cubana de Ingenieros, pero abandonó la actividad de súbito al ser hostigado por los cazadores de autógrafos. Incluso se negó a descansar esa noche en el Hotel Nacional y lo hizo, en cambio, en el barco en que viajaba.

El premio Nobel de Física en 1921 había cruzado el Atlántico a bordo vapor Belgenland, que cubría una ruta desde Europa hacia California, y que lo llevó hasta la capital cubana e escala antes de finalizar su periplo en la ciudad norteamericana de San Diego.

A la mañana siguiente el visitante expresó su deseo de conocer los barrios más pobres, y así lo hizo. De manera que su experiencia en suelo cubano quedó registrada en su diario: “Clubes lujosos al lado de una pobreza atroz que afecta principalmente a las personas de color”.

La prensa cubana de la época también mereció algunas letras en el diario de Albert: “Los reporteros hicieron preguntas particularmente insustanciales a las cuales respondí con chistes baratos que fueron recibidos con entusiasmo”

Cosa de genios eso de retozar con la prensa. Se cuenta que un periodista alguna vez lo invitó a que le explicara la teoría de la relatividad, y el genio suizo le prometió que lo haría si él era capaz, en cambio, de explicarle cómo se freía un huevo, a lo que el periodista contestó afirmativamente. Hágalo entonces, pero suponga que yo no sé lo que es un huevo, ni una sartén, ni el aceite, agregó Albert con el tono satírico que lo acompañó hasta su última foto… que no fue la de la lengua afuera.

Una de las anécdotas más conocidas – una que muestra la rudeza y el genio de su personalidad-  es aquella que narra el encuentro entre el físico y la actriz Marilyn Monroe, en una fiesta a la que ambos habían sido invitados. Marilyln le comentó delante de algunos presentes: ¿cree usted que deberíamos tener un hijo para que salga con mi belleza y su talento? A lo que este replicó: “Lamentablemente debo decir que no, pues temo mucho que el experimento salga al revés y el resultado sea catastrófico”. Marilyn era una mujer de belleza incomparable,  no obstante el mejor físico del mundo lo tenía la esposa de Albert Einstein…

Y a propósito de sus relaciones maritales, también en este sentido el genio resulta inusual. Nótese la fecha de su divorcio: 14 de febrero de 1919, de Mileva Maric. Algunos meses después se volvió a casar, esta vez con una prima suya, Elsa Loewenthal, quien después adoptaría el apellido Einstein.