Comienza el Período Escolar, en 1992

Le había tocado vivir tiempos difíciles, como a casi todos los hombres.

J.L. Borges

En ese año empecé yo el preescolar en la primaria Juan Manuel Viamontes Avellán, de Saratoga, Camagüey. La escuela se fundó en honor de un piloto local que prefirió estrellarse en las afueras de un área habitada que salvarse en paracaídas y matar a mucha más gente. En noviembre simpre se le rinden honores a Juan Manuel Viamomtes en el obelisco que lo recuerda, y en mis años siempre estuvo allí su madre. La época era triste por otras cosas también. Aunque la niñez, la bola y el trompo, no me dejaran darme mucha cuenta.

En preescolar tuve mis primeras zapatillas. No alumbraban como era la moda pero eran mucho más bonitas que todos los zapatos anteriores que tuve. Y así, el pie me fue creciendo poco a poco… laz zapatillas no, hasta que un día la maestra debió llamar a mi abuela para que me recogiera descalzo, con los diez dedos de los pies engarrotados y cianóticos. Creo que más me dolió no volver a usar las zapatillas.

Ya en segundo mi abuela me compró en 6 chavitos unos tenis azules con bordados dorados a los costados (vivan las cacofonías profundas…), que ahora parecerían amariconados, pero que en ese tiempo se avalaban con el olor a nuevo y a shopping. La mayor parte de los zapatos de entonces me los hacía mi tía abuela Irene, de tela y suelas de recámara de camión o tractor. En Cienfuegos una vez me compraron unas alpargatas de suela de soga, feas como ellas solas, que nunca usé (recuerdo que en esa tienda vendían además anzuelos… solo anzuelos¡; y también tuve un par de los famosos chupa-meaos, que para mí pesar duraron una eternidad.

MI jabita de la merienda era una bolsa donde se guardaban las máscaras anti-gas soviéticas, y aunque siempre quise tener una de las normales, que cosataban 20 pesos, anduve hasta 6to con la cosa verde esa. La merienda varió durante la primaria: chicharrones de viento, prú, refresco toki embotellado y panes con cosas disímiles.

Almuerzo nunca llevé; solo una vez: arroz blanco, potaje de chícharos y un huevo frito que aunque parezca que no, estaba mejor que el de la escuela. Pero pasó que una niña me preguntó qué había traido yo de almuerzo y cuando le abrí el pozuelo aquel hizo una mueca de asco y un buahhh¡¡¡¡ que hasta hoy me dan ganas de llorar. Esa niña no era como otras a las que se le caía el blúmer en educación física, que se les salían por los laterales del short. A mí alguna que otra vez igual se me cayó el calzoncillo casero al desvencijarse los elásticos de condón.

Jugábamos a darnos cuero, y perdía el que llorara primero: no había reglas, valía hasta reirse de los familiares muertos. También jugamos a recolectar boichitas y “gallitos”, que se desprendían de las majaguas, a la pilita, al fútbol y a la lista del quién le gana a quién. Yo estaba al fondo de esa lista desde que el maestro de 5to me obligó a fajarme con un niño y perdí por evasión. En ese año me empaté por primera vez, recuerdo que me dijo ‘ta bien, pero que no sea pa’ pasatiempo, pero todavía no sé bien qué quiso decir.

Los maestros y auxiliares pedagógicas de la Juan Manuel Viamontes dan tema para un tratado. Las había buenísimas, como la que me enseñó a leer, y también malísimas, como una auxiliar que les metía los dibujos en la boca a los niños cuando pintaban fuera de hora, y otra que nos escachaba entre la puerta y la pared cuando nos portábamos mal.