Biografía de Brian Mc. Kinley, alias “el Lindo”
Brian Mc Kinley, el Lindo, nació en el seno de una familia humilde…mente multimillonaria.
De sus padres recibió una educación esmerada y todo el cariño del mundo. Vaya, algo así como miles de pesos de cariño y otros miles de educación, todo valorado en juguetes (se los regalaban con el comprobante pegado, para que supiera desde chiquito). No es de extrañar entonces que nunca le cayera un proyector ruso en el pie, o se rajara en dos la cabeza con algún patín de igual procedencia.
Las primeras palabras que pronunció el pequeño Brian no fueron mamá, papá y nené, fueron mío, quiero más, y dame un peso, lo cual denota su inteligencia precoz y su inocente ternura infantil.
Brian era el niño más puntual de su primaria. No tuvo que hacer grandes esfuerzos para levantarse temprano, al sonar un despertador digital, y luego montarse en el carro de la Empresa de su madre ¡Si al menos hubiera tenido un despertador común, de esos redondos de hierro que hacían RRIIINNGGG¡¡¡… y te reventaba el cerebro y ya amanecías nervioso! Pero no, Brian era el Lindo y desayunaba sabroso.
De vez en cuando, el niño daba merienda. Sus amiguitos eran el Inteligente, el Fuerte y el otro Lindo.
En la secundaria todo cambió: Brian empezó a peinarse de manera consciente, a ejecutar los movimientos exactos con el peine. Solía pararse en medio del pasillo, con las manos en los bolsillos, y pensar: me veo lindo, todas las chiquitas me miran a mí y solo a mí porque estoy lindo y soy muy interesante.
Ya en el Pre, Brian conoció nuevas emociones. Ahí fue cuando aparecieron el camina`o guaroso, las posiciones calculadas, las miradas fatales y el elemento portapichas (cartera ceñida a la cintura que porta… cualquier cosa) en su muy complicada vida, llena de tarecos ampulosos y mochilas con hebillas y trabillas colgando. Sus aventuras preferidas fueron Degrassy Junior High y Enigmas de un Verano; y la película Vaselina, donde todo el mundo era lindo y tenía dinero, como él. Su sueño era ser Travolta y vivir la fiebre del sábado por la noche.
Brian Mc. Kinley, en la Universidad, deslumbró a todos con su memoria prodigiosa. Era capaz de recordar gigas y gigas de información sin hacer mucho esfuerzo. Hasta su descomunal inteligencia se podía cuantificar: el cerebro del Lindo, literalmente hablando, era una board de última generación.
Durante su vida laboral Brian no careció de nada, tuvo casa, carro, mujeres y teléfono celular. Cambiaba las cortinas de la sala todos los meses, y el cepillo de dientes cada 10 años. El cepillo no lo ve la gente – decía el Lindo.
Brian Mc. Kinley, el Lindo, falleció una tarde de febrero a los 65 años de edad. Mientras se acomodaba el cabello, blanco y reseco, lo sorprendió el infarto. Nadie lo socorrió porque había botado a todos del cuarto para quedarse a solas con él mismo. Murió con el peine en la mano, y el único testigo fue un espejo.
Ahora descansa en paz, y al pie de su tumba se lee la siguiente inscripción:
“Aquí yace Brian Mc Kinley, el Lindo. Por favor, mire su reflejo en la losa y arréglese el nonagésimo tercer pelo de derecha a izquierda, que no se ve usted muy lindo así.”
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