Juego de niños…

Mami dame un peso pal chivo,… ehnn???

Niñito cubano.

Creo que era un camioncito – lo intentaba-, del tamaño de un puño, completamente plástico (incluyendo los ejes de las rueditas); un plástico bruto fundido al trozo en una cocina piker, quizás, y unas ruedas que –supongo– harán cualquier cosa menos rodar. Semejante cosa, tareco amorfo, cheo, me pareció incapaz de entretener al más aburrido parvulito.

A poca distancia del catre con el juguete feo, la colección completa de Power Ranger adornaba la vidriera de una tienda en divisas. Yo no me atrevería a cuestionar la calidad estética, el potencial lúdico de los juguetes que se venden en CUC, pero sí paréceme preocupante (y que camagüeyano me quedó el paréceme) el contenido y la forma de algunos juegos modernos.

La muñeca blanca

Contrario a lo que indica la lógica, los niños de ahora, que son menos niños que los de antes por algo más que el hecho obvio que los de antes ya están viejos, prefieren el juguete deformador, no deformado, a una caja de crayolas, un trozo de plastilina –mi adorada y nunca poseída diosa del preescolar-, las herramientas del médico, o el clásico pito de jugar al policía (porque si escribo “el pito del policía”, sin adjetivo y verbo, la podredumbre mental entrará en sesiones)

El caso es que se vende masacre en pequeños iconos, al modo de sociedades de consumo donde importa más el cuánto que el qué. Son más los juguetes que incitan al comportamiento agresivo: monstruos descuartizadores, ametralladoras, espadas; que los educativos, más sanos.

La muñeca negra del Martí que leo estará ya un poquito berreada, porque las niñas actuales prefieren la Barbie, con celular y la mismísima pacotilla misma. Clara manera de vender un estereotipo: quieren por eso ser rubias, delgadas, de ojos azules, cinturas de avispa, y por supuesto el celular. ¿Y las niñas negras y pobres, qué hacen, pregunto yo? ¿Deprimirse?: claro, y mitigar el desgano con juegos similares… Los varones no quieren aviones – adorados y fabricados de palo por mi abuelo después de preescolar- Quieren ser “Superalguien” y desintegrar molecularmente al malo Dr. Fulano para quedarse con toda la gloria del Universo.

Corriendo el riesgo de que me digan viejo prematuro, diré que el juego hoy contribuye a la validación de estereotipos superados ya por la educación moderna. Tampoco es que mi infancia haya sido la más inocente – que también maltraté lo normal a los reptiles del barrio, y electrocuté escalares con el calentador de laticas-, pero tampoco bailé discoteca a los 7 años (es una paralelismo un poco rara por lo cheo que suena a estas alturas del desarrollo popular danzario…)

Cuando en mis años de primaria el apagón era la principal fuente de imaginación infantil, se nos ocurrieron travesuras que no llegaron a conceptuarse como delitos. Ahora, y a toda luz de la Revolución Energética, es de lo más común que un niño juegue al asalto del tren a pedradas, en los alrededores de la línea del ferrocarril. En varios años de viajes frecuentes he visto correr la sangre dos veces, y conozco historias de supremo dramatismo, por obra y desgracia de la “inocente chiquillada”.

El Chucho Escondido es un juego que evidentemente sobrevivió al huracán del posmodernismo porque lo recuerdo presente, y de qué manera, en mi niñez de inicio de los 90. No abunda hoy en nuestras calles del siglo XXI, de hecho ¿existirá en las ciudades?

Las edades juveniles, a las que pertenecen la rebeldía y el irrespeto, cada vez se manifiestan más tempranamente. Este no es un fenómeno natural e inevitable, como el cambio de las aguas del río de Heráclito.

Yo creo que se impone mejorarle la cara al juguete feo del catre de carnavales: ser camionero es más digno, y por supuesto mucho más útil, que ser “Superalguien”, atracador de diligencias, o rubia tonta y descerebrada.