Mi camino de Santiago (III)

“Vamo a Mina, vamo a Florida”

El gestor de viejes

De la terminal de Calle 4, en Santiago de Cuba, los camiones comienzan a salir poco después de la 3 de la mañana. No es que haya un orden en esto: igual puede salir alguno a las 2 y 30, o puedes llegar a sentir como los dedos de los pies te crecen y se te entierran como raíces sin que suene el motor del primer camión.

Si no llegas a calle 4 bien despierto el “Gritón de Terminal” – que en lo adelante se denominará “Gestor de Viajes” – te despierta con su alarido costumbrista de costumbre: ¡Boooniato, Boooniato! Boniato es un lugar de Santiago donde se siembran otras viandas, pero las veces que oí al Gritón no pude dejar de imaginarme la broma de preguntarle: ¿y a cuánto tiene la libra, mi tío…? Pero nunca lo hice, acto seguido imaginaba la reacción y se me quitaban las ganas: un santiaguero “embromado” a las 3 de la madrugada no es cosa de broma.

La vez del viaje tuve suerte y salí directo hasta Bayamo por 10 pesos. Generalmente los camioneros de ese tramo hacen tiradas más cortas a fin de gastar menos petróleo y cobrar lo mismo, y que tú no resuelvas y ellos sí. Como era de madrugada no hubo incomodidades relevantes, salvo lo usual: el que ronca (aunque parezca lo contrario no es insólito que la gente se duerma profundamente en el camión), el niño que grita, el guajiro del tabaco encendido, los baches, la inercia de las curvas, el que se queda dormido y “pesca” y te encaja la frente en la espalda. Creo que puedo decir -porque no recuerdo exactamente – que no me cansé demasiado en esa primera parte.

El segundo camión era una falta de respeto a todo. Además de “lo usual”, que dije antes, ahora se sumaba el calor, que también era usual…pero bueno, ya no voy a cambiar el párrafo de arriba. El tema es que había un calor que te derretía el cráneo, las mejillas, y la poca paciencia que te quedaba tras esperar el carro, igual con calor, durante 2 horas en la cola del pre-tiquet de la terminal de Bayamo – esa no sé bien como describirla, pero la recuerdo muy oscura y muy espaciosa, con alguna reja rústica muy grande o una gran pared de celosía, y olor a sala de hospital -.

El tramo Bayamo – Las Tunas se hace por la carretera de Vado del Yeso, un camino habilitado para evitar la vuelta que antes había que dar por Holguín. En el pueblecito de Vado hay algunos kioscos de pan, pizzas y batidos, que resuelven la merienda del momento. Lo malo es que siempre hay uno en el camión de estómago flojito y cuando te mira de frente con cara de asustado, y comienza a hacer pucheros y a engordar los cachetes, debes entender que ese quiere vomitar y alejarte lo más posible… u ofrecerle una jabita sin armar tanto relajo.

A Las Tunas si llegas estropeado, ya no tienes ganas de reírte de nada, y mira que hay potencial risible en ese lugar: recuerdo una mujer que vendía algo carmelita, de origen vegetal, en cartuchos, cuya infusión servía para “recoger” el órgano sexual femenino tras una larga y recia faena.

La terminal de camiones de Las Tunas funciona con una política de control de viajeros excesiva que incluye cola, ticket, y después un tumulto normal, como si todo lo anterior fuera por gusto. De allí salen camiones directo a Camagüey, pero son muy pocos y si no llegas temprano tienes que conformarte con un pasaje hasta Guáimaro.

Luego otras 2 horas, otro camión, pasas por Cascorro (yo tampoco sé qué cosa es un “cascorro”), Martí, Sibanicú, Jimaguayú, y llegas a Camagüey con ganas de bajarte ya en el Hospital Psiquiátrico a la entrada de la ciudad.

Tras un viaje interprovincial múltiple en camiones, solo te queda la determinación de no repetir aventuras semejantes. Lástima que donde mande necesidad no manda la voluntad, y el destino siempre te reserve, tarde o temprano, otro viaje en silla eléctrica, turismo nacional de carreteras.